
Martin Luther King dijo una vez: "quizás el sufrimiento y el amor tienen una capacidad de redención que los hombres han olvidado o, al menos, descuidado."
"El té estaba aún muy caliente cuando Jofiel se llevó el vaso a la boca, mientras miraba con sus ojos grises como una multitud de gente entraba y salía de los vagones del metro de la estación de Charing Cross..."
Levantó la mirada de aquellas hojas manuscritas, que tantas veces había releído y miró hacia el cielo, que estaba más azul de lo que se esperaría para un día cualquiera de otoño. Definitivamente, el tiempo estaba loco. Un día brillaba el sol al amanecer, y al atardecer el gris lo tapaba, y la lluvia regaba la tierra. Los días resplandecientes solían arrastrarlos los fuertes vientos helados que se cuelan en el cuerpo, no importa cuanto cuidado pongas en no dejar ni una rendija entre este y tu ropa. Pero hoy no era uno de esos días: ni la más pequeña de las hojas secas caídas se movía de su lugar en el suelo. Daba igual lo loco que pareciera el tiempo, si durante algunos instantes todo parecía tener sentido.
Devolvió la vista a su puñado de maltratados folios, pasándolos con rapidez adivinando su contenido. Si, en ese aparecía el momento en el que... y en el siguiente sucedía aquella otra cosa... Se sabía todos aquellos momentos de memoria. Al fin y al cabo, solo habían sucedido en su imaginación. Pero pronto llegó a la primera hoja en blanco. No era de extrañar, ya que no había escrito demasiado de aquella primera historia. La continuación siempre se posponía: hasta el fin de semana, quizá el próximo puente, o tal vez en Navidades... o en verano. Y así se pasaban los años, y seguía teniendo las mismas hojas escritas, y las mismas en un blanco sucio y estropeado.
Y en ellas vio a aquel vagabundo que recorría el mundo con su guitarra a la espalda, mirando con ojos cansados pero llenos de esperanza. Vio también al niño que encontraba un portal a otros mundos en un túnel hecho de plantas, y al que se disfrazaba de justiciero enmascarado y escapaba por su ventana para combatir el mal. Contempló al joven grumete de extraña y desigual barba, embarcando por primera vez en su velero. Y al brillante mago de risueña mirada, con la que leía los pensamientos de la gente para después materializarlos entre sus habilidosas manos...
Empezó a levantarse viento, y las hojas a punto estuvieron de salir volando, así que las guardó con cuidado en su carpeta y echó a andar al tiempo que se ajustaba los auriculares para después guarecer sus manos, siempre frías, en los bolsillos de su chaqueta. Estaba tan ensimismado en sus ensoñaciones, potenciadas por el sonido del piano en sus oídos, que casi lo atropellaron en el primer paso de peatones. Pero apenas parpadeó. Le gustaba pensar que no tenia miedo a nada, y había épocas en las que realmente lo creía. En realidad, le daban miedo muchas cosas. Pero el siempre decía lo mismo: "no se puede vivir con miedo" No sabia donde lo había leído, o escuchado. Hacía de aquellas frases su estandarte, su decálogo. Uno que podía hacer pedazos el silencio y la noche.
De pronto, se dio cuenta de que había tomado un camino que no conocía. No sabía que habría detrás de la próxima esquina, pero seguro que la parada de metro no podía estar lejos. Aunque tal vez no la hubiera, o quizá estuviera cerrada. Valoró la opción de caminar durante todo el trayecto, y se dio cuenta de que la idea no le amedrentaba. Al fin y al cabo, lo que tiene elegir un camino es que abandonas otros. Es ley de vida. Y no se puede vivir con miedo. El no quería hacerlo.
Y cuando dejó de pensar en todo aquello, volvió a sonar aquella canción en sus oídos, y él mandó callar a todas sus voces, porque en aquel momento solo quería escuchar. Porque tal vez, algún día, aquella canción podría convertirse en su próxima historia. Aunque de momento no supiese cual de todos sus personajes la iba a protagonizar.
Caia la noche, y seguía siendo otoño. Y escuchó.
Parecía que nunca llegaría, pero igual que siempre vuelve a amanecer, o igual que la semana de exámenes llega inexorablemente cada febrero y cada julio para amargar la vida del estudiante felizmente ocioso... el momento de la peregrinación de los Blisters a Liverpool ha llegado.
En apenas 7 horas, esta panda de locos, unidos por la amistad, el amor a la música, por su pasión por los Beatles y por el leperismo más absoluto, comenzarán su Magical Leper Tour. De Valencia a Reus, y de ahí a la ciudad de los Fab Four, directos a su debut en el mítico The Cavern.
¿Sobrevivirán los Blisters al inhospito clima ingles, al no menos inhospito idioma ingles y a la dieta de "fish and chips"? ¡Por supuesto! Con Caco a la batería (y a los fogones de la cocina) todo es posible ("That's very good enough, folks!!"). Vicente también tiene controlado el tema del ingles con su pulido acento: "absorb me an egg, mister beautiful!". Fede tampoco es manco; ya lo oigo presentar al grupo allá arriba, en el escenario... y si lo del ingles se tuerce, pues un "¡Malvinas, argentina!" con el puño en alto siempre queda bien y de seguro que romperá el hielo entre los bretones y los leperos. A Pablo no le salen las cuentas... entre la tumba de Eleanor Rigby, los conciertos, la casa de Lennon y mil cosas más que tiene en mente se le acaban los cinco días.
Y yo me voy únicamente deseando que el avión no haga "puf", porque tengo mucho que hacer a mi vuelta. Estoy ilusionado con esta oportunidad que jamás habría soñado si no me hubiese cruzado con esta panda de músicos geniales (Ya oigo a Vicente gritando: "aquí el único músico soy yo!!")
Curiosamente, las canciones que acompañan a esta entrada no figuran en ninguno de nuestros repertorios (tocaremos allí la friolera de ocho conciertos) Son de los Beatles pero... tienen otro cometido, otro significado, y solo las escucharé en mi Aypod. Hasta mi vuelta.
¡Ah! Y a al volver al hogar, a los Blisters solo les quedarán dos viajes rituales por realizar: uno, a musik Produktiv (o como se escriba), proveedor oficial con sede en Alemania, y el otro, por supuesto, a Lepe.