Cuando Knut Hansum publicó “La bendición de la tierra” en 1917 poco podía suponer que se convertiría en una de sus obras más leídas y que le valdría el premio Nobel de Literatura en 1920. Es posible que tampoco supiese de sus futuros coqueteos con la ideología nazi, y menos que regalaría su medalla del premio Nobel a Goebbels cuando lo conoció. Y a buen seguro que no sabía que acabaría sus días internado en un centro psiquiátrico.
Una noche, más de veinte años más tarde, yo tecleaba en mi ordenador cuando mi lista de reproducción aleatoria de música hizo sonar en mis auriculares esa misma canción. Algo despertó en mi interior al escuchar aquella melodía, de manera que dejé el monótono tecleo y busqué la letra de la canción en Internet. Me cautivó, y no pude dejar de escucharla y susurrar la letra en toda la noche. Con el paso de los meses esa canción se convirtió para mí en un símbolo, en un himno que resume con su letra y sus notas episodios de mi propia vida, arrancándome sonrisas y llanto surgidos de lo más profundo de mi alma. Hasta el día de hoy, en que inicio este blog que lleva el nombre de la canción. El porqué poco importa, es algo que solo tiene sentido para mi. Pero todo esto es una muestra de como el que Hansum escribiese el libro de marras se ha traducido con el paso de los lustros en lágrimas en unos ojos que jamás leyeron ese libro. Algunos bautizarían esta cadena de acontecimientos como un hecho curioso, otros como una anécdota algo insulsa. Y a mi esas cosas no me importan en absoluto. Para mi sólo tendría sentido el que alguno de los ocasionales lectores que lean estas primeras líneas sintiesen curiosidad y decidieran escuchar la canción y que esta despertase en su interior algo parecido a lo que despertó en el mío hace unos meses. Eso sería continuar la misteriosa cadena que comenzó Knut Hansum escribiendo su dichoso libro.