jueves, 15 de diciembre de 2011

Una vida

¿No sabéis quién es Nick? 


Nick fue muchas personas, o quiso serlas en algún momento de su vida. Nació queriendo salvar el mundo, saltando de tejado en tejado, ágil y rápido. Soñó que derrotaba piratas surcando el cielo de Nunca Jamás. Que las calles de Agrabah no tenían secretos para él, y que podía saberlo todo de París sin bajarse de los tejados de Notre Dame. Deshollinó negras chimeneas al compás de la música, siempre atento al viento del este. Tuvo con el arco la puntería del héroe de Sherwood, y desde entonces siempre quiso ser ladrón. Creció con las historias que le contaban en un viejo barco de vapor, aprendió de un engreído belga las armas de la mente, y de tres mosqueteros del rey, el valor de una espada en manos de un diestro tirador. Con una espada y una máscara fue a veces el Capitan Fracasse, y otras vivió la comedia italiana y fue Omnis Omnibus como Scaramouche. Quiso escribir los versos del Siglo de Oro, apasionado como Lope, ácido y genial como Quevedo, sabio como Calderón. Compadeció a Edmundo Dantés, y aprendió que no todas las cárceles te separan del mundo con unos barrotes de hierro. Quiso escribir sobre el amor como nunca nadie lo hubiera. Tardo mucho en aprender que nada escribe mejores historias que un corazón roto, y que el amor no se escribe, sino que se sangra y se vive, y que todos los que escribieron sobre él hubieran quemado hasta el último de sus versos y prosas a cambio de que la historia acabara como ellos la habían soñado.

Sufrió, reconociendo como propio el dolor de Quasimodo, y más tarde el de Cyrano. Pensó que así debía de ser. Aprendió que todos los dolores son, al fin y al cabo, dolor. Hizo sufrir, y eso siempre le hizo querer huir. Y siempre recordó que aquella no era la opción, mientras escuchaba la música de aquella película de su infancia. Quiso viajar, y viajó. Caminó por Londres tratando de deducir la profesión de los viandantes que pasaban por delante del 221B de Baker Street. Quiso ser como ese músico escocés  que con una guitarra hacía vibrar un estadio, para luego mantenerlo en silencio, hechizado, en el tiempo que dura una canción. Se sintió solo, y a la vez creció un poco más. Aprendió el significado de “echar de menos” y luego aprendió que aun así, hay que vivir. Porque siempre queda en el pasado algo que faltará en el futuro. 

Aprendió de un escritor de Cartagena y de un capitán de los viejos Tercios que la amargura deja cicatriz y que un antiheroe no es más que un héroe que nunca quiso serlo. Alguien que vive al día y que a la vida no le pide nada, porque lo que tiene tuvo que acuchillarselo y robárselo él mismo con más o menos arte. Y aprendió que en lo de robar con arte, el mejor era Neal Caffrey, que de alguna manera había aprendido de Arsene Lupin y de Dani Ocean. Y se sintió tan bueno como el astuto Neal, porque algo debe de valer robarle a un ladrón, aunque sólo se le robe un alias.

Quiso poder contar una historia como las contaba René Lavand, vivió la magia en las puntas de sus dedos, y quiso que le pasase a él como le pasaba a Fred Kaps. Quiso ser mago, actor, cantante, guitarrista, periodista, guionista, director... y aprendió que esas cosas no se son, sino que son las cosas que uno hace en algún momento de su vida. En todo caso, podía hacer magia cada día. Que lo que era, quien era, era Nick Halden. Aunque nunca nadie lo llamase así. 

Tuvo miedo de morir muchas noches, y por las mañanas quiso vivir sin dejarse nada. Quiso aprender a no temerle a la muerte, y a veces creyó haberlo aprendido por fin. Siempre se equivocó, y por eso sigue intentándolo. Quiso ser más fuerte de lo que era, y nunca supo si lo consiguió. Ni ayer. Ni hoy. Ni mañana. Nunca fue bueno eligiendo que palabras decir y cuales callar. Ni que sentimientos deben decirse y cuales deben callarse cuando se viaja de copiloto en un pequeño coche verde pistacho. Tampoco supo cuando y como robarle un verso a Neruda ni a Benedetti. Nunca tuvo claro como hacerlo bien. Así que lo hacía, y punto.

Siempre quiso saber en que momento dejó de ser Jofiel. Y porqué. Siempre quiso saber porqué Jofiel siempre lo visitaba a pesar de todo. No se sabe si llego a desvelar ese misterio. Ni ningún otro.

Nick fue todo eso. Y será mucho más. Al fin y al cabo, aun tiene una vida que vivir. 

domingo, 11 de diciembre de 2011

Desarmado

Nick perdía su mirada en la oscuridad del salón mientras pensaba que era gilipollas de remate. De record. De guiness. Dejó caer la cabeza para atrás y exhalo un suspiro con el que quería liberarse de ese peso que le  llenaba por dentro. Pero nada. Sus sentidos le traicionaban y se reían de él. Por toda respuesta, el se encasquetó sus auriculares y se sumergió en la música. Pocas veces se siente uno tan desorientado y confuso cuando algo atenaza y no se es capaz de explicar el motivo. Eso solía decirle Jofiel. Para él era fácil. Con su maldita ironía y sus palabras llenas de misterio. Maldito él. Malditos todos.

Los cubatas de más, las palabras que salen a traición y desarman la armadura, las que se atascan en el alma y se enquistan sin remedio, la debilidad de un orgullo de hierro, que se esconde tras sonrisas que no pueden contenerla para siempre; el optimismo sin condiciones, el animo que se regala sin pensar en las propias reservas; las frases escritas sobre blanco digital que se resisten a desvelar sus intenciones, los sueños que se dejan abrazar antes de tiempo;  los meses que vuelan a traición, las noches que pasan demasiado rápido, y las semanas que se arrastran demasiado lentas; los acordes menores, los arpegios de guitarra;  los sonetos de Lope, las frases de Benedetti, el mes de diciembre; la necesidad de escribir para poder dormir. Los Beatles, los puños y los dientes apretados, las buenas intenciones. Las canciones que se repiten una y otra vez, y las que nunca se volverán a repetir. 

Estúpido. Estúpido. Estúpido. Por no pensar que en la felicidad pudiera haber esta tristeza. O por saberlo, y dejarte ganar. Por bajar la guardia. Por ser así, y no poder evitarlo.

Maldita esta noche. Maldito tu, Nick Halden. Haz el favor de irte a dormir. Y de dejar de pensar. Por hoy, ya es suficiente.

- Eres imbecil -se oyó una voz  firme detrás de él- No tienes razón. En nada.
- Déjame en paz, Jofiel... -Nick se quitó los cascos y se levantó pesadamente.  Jofiel no dijo nada más. Se quedó callado, apoyado contra la pared con la mirada perdida. Esta vez, no hubo ninguna ironía. Solo silencio. Nick cruzó el piso y se derrumbó sobre su cama vacía. Y por esa noche, fue todo. No hubo nada más. Ni respuestas, ni consuelo, ni lagrimas, ni sonrisas, ni historias, ni besos, ni abrazos, ni miradas brillantes, ni planes. Sólo latidos que esperaban un amanecer mejor.