jueves, 20 de octubre de 2011

20 de Octubre

Nick cerró los ojos y trató de abstraerse de todo. De los ruidos de la calle y del barullo que tenía por dentro. Inspiró profundamente y  soltó todo el aire de golpe. Volvió a enfrentarse a la página en blanco impoluto que le mostraba el ordenador. Y pensó que eso antes no pasaba. Que esto ya no podía compararse a la frustración que se sentía antes. Hace unos años habría arrugado ya dos folios y los habría arrojado a la papelera. Pero ahora no. Dos tecleos, y los párrafos dejan lugar al blanco inmaculado y sin memoria. Nick se balanceó en la silla, y maldijo la necesidad de escribir para explicarse a si mismo. Allá afuera, más allá, en el mundo, estaban pasando miles de cosas. Algunas de ellas, importantes. Muy importantes. ¿Qué escribir?
Sobre la mesa, además de su ordenador, yacían una baraja de cartas, su vieja guitarra y una entrada de cine ya usada. Nick cogió la guitarra y la abrazó, dejando que sus dedos la acariciaran suavemente. Do... La menor...
Y mientras tanto, pensaba. ¿porqué cuesta tanto a veces arrancarle unas palabras al día? No. No unas palabras. Las palabras. Las que definan fielmente lo que le pasa a una de las personas de este planeta.

- Llevas con lo mismo dos horas -le dijo Jofiel a su espalda. Nick dio un respingo.
- ¿Te importaría hacer el favor... -dijo despacio y con voz de infinita paciencia- de avisar de que estás aquí antes de...?
Nick ya sabía la respuesta. Esos sustos eran uno de los pequeños placeres de la existencia de Jofiel. Como el té. La respuesta, no formulada en voz alta, era un “no” rotundo.

- No seas quejica -río Jofiel- tu problema es que llevas todo el día dando vueltas por casa como un león enjaulado.
- Llevo un tiempo sin escribir nada.
- No es verdad. Has escrito dos páginas. Por la mitad, eso si... -dijo mientras desaparecía por la puerta del saloncito.
- No valían.
- ¿Qué es lo que vale y lo que no vale para ti, Nick? -le preguntó su amigo desde la cocina mientras hacía tintinear las tazas.- ¿Te vale un té ahora?
- Quizá luego... -rechazó Nick.
Escuchó el sonido del agua al hervir, el silencio de Jofiel durante su pequeño y curioso ritual de varias veces al día. Dejó la guitarra apoyándola cuidadosamente de vuelta en la mesa. Se fijó de nuevo en la página en blanco que se burlaba desde la pantalla. Tantas cosas importantes ahí fuera... Quizá la inactividad lo estuviera embotando. Estaba distraído, desde hacía días era habitual... quedarse pensando en las musarañas. Y eso le fastidiaba mucho. Jofiel apareció de pronto por la puerta con dos tazas de té. Una se la endosó a su amigo, haciendo caso omiso a sus miradas de protesta. Nick la dejó sobre la mesa.

- Es muy sencillo -dijo Jofiel tras sorber su taza sin hacer ruido- quieres escribir sobre las cosas grandes que pasan ahí fuera. Pero no puedes, y no podrás por más que te empeñes. ¿Te has parado a mirar aquí dentro? 
- Llevo todo el día aquí dentro... -le recordó Nick con tono de paciencia- Y fuera...
- Puede que fuera están pasando muchas cosas. Pero hoy no quieres escribir sobre eso.
- Y ¿sobre qué piensa el señor que quiero escribir? -dijo con sorna Nick.
Jofiel se encogió de hombros y sonrió ampliamente. Miró sobre la mesa y se fue con su taza en la mano.
Odio que haga eso, se dijo Nick. Jofiel y sus trucos mentales. Sacudió la cabeza y volvió a centrarse en la pantalla en blanco. Pero esta se desdibujaba. Sus ojos se iban hacia la guitarra. Hacia la baraja de cartas. Hacia la entrada de cine. Aquella primera entrada de cine. La sostuvo ante sus ojos. No sabía bien porque aquel trozo de papel coloreado no había acabado en la papelera, como tantos antes que él. O tal vez... sí lo sabía. Nick sonrió, como no recordaba haberlo hecho en todo el día. Condenado Jofiel. Odiaba que tuviese razón. Pero... tal vez el mundo ahí fuera podía esperar. Tal vez hoy quería escribir sobre aquella entrada de cine.

jueves, 13 de octubre de 2011

Viento del Este, segunda parte.


- ¿Se puede saber qué es eso? -preguntó Nick volviendo a mirar la manifestación.
- Solo una vieja canción de mi gente.
Nick sabía que no era nada esclarecedor ni aconsejable preguntar a Jofiel sobre “su gente”, como el los llamaba. Así que solo siguió mirando, y no dijo nada más.
Abajo pudo ver que había gente que se sentaba en el suelo, y que otros saltaban. Había mucha gente joven, y menos de los que ya no se acuerdan de que era eso de los ardores de la juventud. 

- No entiendo porque hacen esto -dijo de repente- estas cosas nunca sirven de nada.
- No, la verdad es que no -contestó Jofiel- O tal vez sí. Depende de lo que entiendas por servir.
- Si, bueno... -respondió Nick, incómodo.
- Has visto cientos de estas en televisión y en los periódicos. Nunca has pestañeado antes. ¿Qué tiene esta de diferente? 
- Nada... solo es eso. Me sorprende que no se den cuenta de que ni siquiera buscan lo mismo. Cada uno piensa que su idea es la buena, que la del de más allá está equivocada. Se atacan, y al final los de abajo acaban peleando las guerras de los de arriba, que mientras tanto toman cafés juntos después de lanzarse pullas delante de una cámara.
Jofiel enarcó las cejas y movió la cabeza. Esta vez se giró para mirar a Nick.

- Vaya... nunca pensé que tuvieras ese tipo de pensamientos...
- Que no me manifieste no significa que no tenga ojos y oídos. ¿Recuerdas Tánger? Aquel tipo...
- Si, me acuerdo. 
Jofiel se acordaba bien. Aquel tipo era un espía, un contrabandista, un pobre hombre que hacía lo que podía por sobrevivir. Había sido su enlace más de una vez. Supieron que había muerto tratando huir de todo cruzando el estrecho. Se lo tragó el mar, a él y a sus sueños de una vida distinta, lejos del filo de la navaja.

- Que no me mueva no quiere decir que piense que este mundo es justo -dijo Nick- solo pienso que... no lo cambiarán. No está en la mano de esta ciudad, ni de este país. 
- No lo harán. Tienes razón. Pero... -Jofiel se apoyó en la barandilla- nadie podrá decir que la sociedad está contenta con lo que tiene. El mundo no puede ser perfecto... por eso la gente siempre luchará por algo. Esta plaza esta llena de gente que piensa mil cosas distintas y solo una cosa en común: que no les gusta lo que ven.
Nick resopló incrédulo. Parece mentira que me vengas con esas ahora, replicó.
Jofiel sonrió ampliamente. Yo ya he peleado mis guerras, chaval, le contestó. A cada cual, lo suyo. Yo aquí soy observador, igual que tu, le contestó Jofiel. Después se apartó de la ventana y se fue hacia la cocina, dejando a Nick solo en el salón, todavía mirando por la ventana. Jofiel sacó unas tazas y azúcar.

- ¿Una taza de té? -preguntó en voz más alta de la habitual en él. No hubo respuesta.- ¿Nick?
- Luego -le llegó la respuesta. 

Jofiel oyó el sonido de la puerta de la casa abrirse y luego cerrarse con un golpe sordo. Luego, pasos apresurados por la escalera. En la plaza seguía oyéndose el murmullo del gentío. Jofiel sonrió, terminó de preparar su té y salió de nuevo al ventanal. Dio un sorbo al té mientras pensaba que en lo alto de la torre de la iglesia se veía todo mucho mejor.

Viento del Este, primera parte.

El murmullo aumentaba en aquella tarde gris típica de Otoño. La calle era un río de gente, que se agolpaba más y más conforme desembocaban en la gran plaza. Nick trataba de abrirse paso, cortando el flujo de gente tratando de llegar a su portal, pero a cada paso la tarea era más difícil. Oía las consignas, coreadas por grupos de gente aquí y allá. Trató de atajar el camino pasando por entre un grupo de jóvenes que llevaban batas de médico. Perdona, disculpa, lo siento, repetía él moviéndose con agilidad pese al gentío. Pisó el pie de alguien y se giró para disculparse por enésima vez. Los ojos castaños de una chica de cabello largo y mejillas encendidas se clavaron con reproche en él. Aquella cara de enfado tenía algo que invitaba a una sonrisa, pero Nick reprimió la suya como pudo y murmuró su disculpa. Le pareció que ella aflojaba la tensión de su mirada, pero no podía estar seguro. Ambos se habían girado y cada uno siguió su camino. 
Unos pasos más allá, Nick alcanzó por fin su destino. Se apoyó en la puerta y bufó con cansancio. La gente seguía agolpándose. Miró por entre las pancartas que se alzaban aquí y allá. Sus ojos se detuvieron de pronto en lo alto de la torre de la Iglesia. Le pareció ver una sombra, y supuso que sería Jofiel. Nick resopló. No se podía creer que su amigo siguiera haciendo de vigilante en las azoteas. Se dijo que sería costumbre de perro viejo.
Introdujo la llave en la cerradura, la abrió y empujó la puerta, cerrándola tras de sí. Al poco se encontraba en el salón de grandes ventanales. Mirando la plaza a través de ellos, de espaldas a Nick, estaba Jofiel.

- ¿Te he visto en...? -dudó Nick.
- Claro que no. Qué cosas dices... -contestó Jofiel sin girarse.
- Ya...
Nick se acercó a la ventana y miró afuera. Aquello era una marea humana gigantesca. Se quedó en blanco mirando a los cientos de personas que había allí, escuchando sus consignas, mientras sus pancartas se movían ejerciendo algún tipo de efecto hipnótico en los ojos de Nick.

-El mundo está loco -murmuró al fin.
- Te diré un secreto -dijo Jofiel sin mover un ápice su expresión neutra- siempre lo ha estado. Desde que puedo recordar, las personas que están abajo han luchado por bajar a los que están arriba, y estos han intentado mantenerse donde están -se calló unos segundos, y luego continuó- La única diferencia es que ahora puedes organizar todo esto por Twitter.
Nick no dijo nada. Había visto la mancha blanca que formaba el grupo de los de las batas.
Se preguntó si la chica de las mejillas encendidas seguiría con esa cara de enfado. Después sacudió la cabeza. Eres increíble Nick Halden, se dijo. Nunca te han interesado las manifestaciones, de repente te cruzas miles de personas en una y...

-Se ha levantado viento del Este -Jofiel interrumpió de pronto el hilo de sus pensamientos.
Nick lo miró. Entre las muchas cosas extrañas que tenía su amigo, era la fijación con los vientos, y Nick nunca sabía si lo que decía de ellos era algún tipo de simbolismo o si realmente lo creía como una realidad física. Se giró solo para ver como Jofiel seguía con la mirada fija en la muchedumbre y empezaba casi a canturrear...
“Viento del Este y niebla gris
anuncian que viene 
lo que ha de venir.
No me imagino que irá a suceder,
más lo que ahora pase
ya pasó otra vez...”

miércoles, 5 de octubre de 2011

Secretos.

Seleccionó todo el texto, que quedó sombreado de color azul. Lo miró otra vez. Apenas unas diez líneas, escritas... ¿cuando? Hace apenas unos meses. Releyó algunos fragmentos y presionó la tecla de borrar. Sin más, con una facilidad que luego le sorprendió.
Nick apagó el ordenador. Lo último en lo que se fijó antes de que la pantalla hiciese un fundido a negro fue en la hora: las seis menos veinte de la tarde. Y en el calendario. Y eso le hizo pensar, mientras se levantaba de la silla, que aún quedaban muchos días hasta la noche del 26 de Octubre. Miró por la ventana. El sol aun pegaba fuerte aquella tarde, pero él no sabía cuando iba a volver. Así que cogió su cazadora y salió. Como tantas otras veces, sin saber porqué, ni a donde. 
Saltó sobre la moto y la arrancó. El viento golpeándole el pecho, hacía ondear la chaqueta sin abrochar. La velocidad lo espabilaba, le hacía olvidarse del calor. En esos momentos, era fácil sentirse poderoso. También era más fácil que esa fuera tu última sensación. Recordó a Borja, a Pollo... Nick no había vivido tanto, pero había leído bastante. Le gustaba la moto, la velocidad, la adrenalina. Pero le gustaba más vivir. Frenó un poco. Cloc. Un golpe suave en la parte trasera de su casco. Un “perdón” apenas audible y un tacto leve y cálido en el hombro izquierdo. Nick se giró, pero detrás no llevaba a nadie.
La tarde iba cayendo al ritmo que el Sol mandaba. Aún así, ya podía vislumbrarse la Luna, o su mitad. Nick tomó una curva, luego otra en dirección opuesta, se subió a la acera y aparcó. Se quitó el casco y sacudió la cabeza. Miró a su alrededor. Hacía mucho que no iba por allí. Se preguntaba si seguiría igual. Y no supo que contestarse. Prefirió no entrar. Aún no. Ya habría tiempo. Se sentó en un banco y miró a su alrededor. Aquello se parecía muchísimo a Silvertown. Y eso que, ahora que lo pensaba, nunca había estado allí. Jofiel le había contado cosas de aquel lugar, pero él nunca había llegado a visitarlo. Pero mira, se dijo, esto se parece bastante. Aunque delante hubiese una pared enorme y sosa, solo decorada con una cámara de seguridad que seguro que ni siquiera funcionaba.  Suspiró profundamente. Se puso cómodo. Empezaba a hacer frío. Ya era de noche. Pero él estaba a gusto allí sentado. Miró el reloj. Quedaba una media hora para las doce de la noche. De pronto sentía ese hormigueo. Como el que se siente cuando uno va a lanzarse al vacío, o a besar a una mujer por primera vez. Es lo mismo, se dijo a si mismo. Que raro era todo aquello. Pero... que agradable. Pero ya era hora de marcharse. Se levantó y se percató del coche que había aparcado justo detrás. Hasta luego, le dijo. Inmediatamente se sintió idiota. Con los coches no se habla, imbécil. Esto es raro hasta para un sueño.
Ah, claro... es eso.
Nick abrió los ojos. La pantalla del ordenador, con un procesador de texto en blanco, le brillaba en la cara. En la ventana ya no brillaba el sol, que se escondía tras los edificios, hasta las narices de calentar ese día.  Miró la hora: las seis y diez de la tarde. Sacudió la cabeza, intentando acostumbrarse a la realidad. Se puso un poco de música. Hay que dormir más por las noches, Nick Halden, se dijo. Luego miró el calendario. Esta vez, de verdad. Pero aún quedaba mucho para la noche del 26 de Octubre. Para ese momento en el que para el Sol es de noche, y para la noche, Luna Nueva. El momento del mes en que la noche es más... clara. 
Nick frunció el ceño. Todo eso lo había leído en algún sitio. Se preguntó si seguiría soñando. En una película, no hace mucho, había visto que había gente que se metía en tus sueños y robaba tus secretos. Menos mal que él no tenía demasiados.