miércoles, 26 de febrero de 2020

Recuerda y Olvida

Hay un clásico juego de magia llamado así: "Recuerda y Olvida". En él, el Mago consigue que una persona memorice y después olvide completamente una carta de la baraja, para terminar recordándola definitivamente al final.

He experimentado con los recuerdos en los últimos años en mi propio trabajo: me he preguntado si sería posible hacer olvidar a alguien algo que sabe o conoce a la perfección, algo cotidiano, como hablar, leer o incluso su propio nombre. Algunas de estas experiencias las he realizado en escena, otras solo en petit comité. Sí, puede crearse este efecto en la gente. Pero no debería sorprendernos, ya que de por sí, la memoria (nuestra memoria) es traicionera sin necesidad de aplicar ningún truco mental externo.

"Estamos hechos de historias..." digo cada vez que salgo a escena. Y lo creo a pies juntillas: nuestros recuerdos son esas historias: narraciones imperfectas, parciales; cuentos que almacenan momentos fugaces, sensaciones que se convierten palabras, sinsentidos a los que se les otorga un Norte, un principio y un fin.

Hoy todo esto ha venido a mi cabeza después de haber colaborado en la presentación de un libro llamado "La Psicóloga", escrito por la noruega Helene Flood. Para la ocasión, la Editorial Planeta me pidió si podía realizar algunas experiencias relacionadas con los recuerdos y la memoria. El reto fue interesante y creo que siempre recordaré la experiencia, pero no por mi participación, sino por todo lo que ese libro que llegó a mi por azar tiene en común con mi trabajo y mis propias vivencias.

La memoria es traicionera, parcial. ¿Cuántas veces no somos capaces de recordar más que las peores cosas de una experiencia?¿Cuántas parecemos simplemente poder recordar los buenos momentos? Somos seres de memoria corta y selectiva. Los detalles se difuminan rápido, y ahí donde nuestra memoria falla trabaja rápido nuestra imaginación, rellenando los huecos, dándole un sentido a lo que la mayoría de las veces no lo tiene. Porque necesitamos orden, significado, dirección. Tenemos preguntas y queremos respuestas. 

Incluso cuando decidimos escribir rápidamente lo que nos ha pasado para tratar de mantener el recuerdo vivo nos hacemos trampas a nosotros mismos. Helene decía hoy que hasta cuando escribimos un diario, sin darnos cuenta, alteramos nuestros recuerdos a la hora de enhebrar las palabras. Porque inconscientemente imaginamos que aunque nadie vaya a leerlas nunca, de alguna forma lo que escribimos tendrá un lector. Y ese lector debe comprender la historia que estamos contando. No, no debe. Necesitamos que nos comprenda. Y es precisamente queriendo dar un sentido, un orden a nuestros recuerdos traducidos a tinta sobre blanco que creamos un recuerdo, cargado de la emoción que sea... pero alterado.

Eso se me antoja ahora que es escribir: recordar y olvidar al mismo tiempo. Escribo para recordar, para poder volver dentro de otros siete años y sentir el eco de todos los pensamientos y sentimientos de estas semanas. 

Pero escribiendo, olvido también lo que realmente sucedió para quedarme con la versión que mi limitada memoria y mi loca imaginación decidirán que perdure.

sábado, 22 de febrero de 2020

From Now On

Cuando estrenaron la película "The Greatest Showman" fui a verla al cine con mis hermanos y mi madre. Me gustan los musicales, admiro a Hugh Jackman, me atrajo la temática... y me parecía divertida la idea de ver a mi madre enfrentándose a un musical en inglés con subtítulos.

Al margen de pensamientos maliciosos, lo cierto es que aunque la película no era una obra maestra, fue tremendamente disfrutable y muchas de sus canciones nos engancharon a toda la familia.

La historia se basa en el personaje real de Phineas Taylor Barnum, un empresario y artista circense interpretado en la película por Hugh Jackman, que se embarca en la creación de un circo y un gran espectáculo como nunca se ha visto.

Los motivos iniciales del personaje son sencillos y aparentemente nobles: trabajar en su pasión y poder dar a su familia la vida de comodidades que siempre ha soñado con poder darles, lejos de su acostumbrada precariedad.

Pero a lo largo de la película vemos como el protagonista empieza a perder de vista su foco, su objetivo original: el más difícil todavía, el más grande todavía acaban por alejarle de su familia y su propia felicidad.

A la salida de la película, mientras la comentábamos animadamente, mi hermana pequeña, entre risas, dijo algo que quedó escondido en algún rincón de mi mente. Hasta hoy. Lo que mi hermana pequeña dijo fue: "me ha recordado mucho a Juanma".

Creo recordar que la frase resonó en mi cabeza unos segundos, pero no le dediqué entonces más energía ni pensamiento. No ha sido hasta hoy, en casa de mis padres, cuando he visto que mi hermana estaba volviendo a ver la película en su ordenador. Una canción en concreto ha devuelto la escena del cine y la frase de mi hermana a mi cabeza. 

Y la frase ha resonado en mi mente y en mi pecho mientras miraba a mi hermana ver la película en silencio y la canción resonaba sorda a través de sus auriculares.

Y mientras el eco de las palabras empezaba a apagarse en mi cabeza, las preguntas empezaban a tomar su lugar: ¿por qué dijo aquello mi hermana?¿será posible que me haya perdido en el camino? 

Y a la luz de las últimas semanas, no he podido evitar pensar que el ego no toma una sola de las facetas de la vida de uno, sino que se extiende por todas. Y que si el mío, cebado y sobredimensionado, había hecho presa en alguna parte de mi vida, lamentablemente ha debido extenderse al resto. En silencio, inadvertido, durante años.

Esa asfixiante sensación continua de que no estoy donde debería, de que avanzo demasiado lento, de que otros disfrutan sin hacer tantos méritos de las mieles que mi fortuna y mi trabajo duro no acaban de otorgarme. La agotadora carga de tardar en darme cuenta de la suerte que tengo, de la envidiable realidad que vivo profesionalmente, haciendo algo que me apasiona. Las continuas y estériles comparaciones. Todo el ego que durante años he sido incapaz de ver se ha materializado ante mis ojos.

Quizá no haya llegado a un punto de no retorno donde el ego me haya dominado por completo. Tal vez aún no haya sido cegado del todo por los deseos insatisfechos. Pero es innegable que aunque mi brújula aún pueda señalar el Norte, mi rumbo lleva tiempo desnortado.

Curiosamente, la sensación que me ha invadido después no ha sido derrotista o descorazonada. Sin darme cuenta, yo mismo he puesto esa canción de la película que mi hermana estaba escuchando en mi propio ordenador y me he abandonado a escucharla.

Y será porque empezar a sentirme más conectado conmigo mismo ayuda, o quizá sea porque las ganas de ser feliz le ganan al hartazgo de sentirme perdido, o quizá sea una de esas cosas mágicas que tiene la música, pero de hoy en adelante...


lunes, 17 de febrero de 2020

Sobre dolor y sufrimiento

"El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional", cuentan que decía Buda. 

Supongo que hay momentos en los que algo hace click en nuestra cabeza sin saber bien por qué. Algún proceso ignoto y secreto debe gestarse en nuestra mente durante determinado tiempo como para que de pronto y sin aparente esfuerzo, las piezas que parecían irreconciliables se acoplen entre sí con pasmosa e insultante facilidad.

Esta mañana, con esa sencillez con la que un rayo de sol se cuela por entre las cortinas y te acaricia la cara, he sentido ese click y las piezas encajar rápidamente. No me refiero a esas pequeñas revelaciones que he experimentado aquí y allá intermitentemente en los últimos tiempos. No, esto ha sido más pleno, más contundente.

El dolor es natural. Una señal del cuerpo y de la mente que estos no pueden saltarse. Ignoro si el dolor, físico o mental, tienen alguna utilidad real. Tal vez si, tal vez sea un aviso de que algo va mal, quizá sea una llamada de auxilio.

Pero el sufrimiento es otro asunto. El sufrimiento se cultiva, se busca, se abraza cuando uno rechaza superar el dolor y prefiere quedarse a vivir en él después de que este haya remitido o incluso desaparecido. Cuando te resistes a vivir en el presente y te instalas en el pasado que ya fue o decides temer el futuro que nadie conoce.

Y leer la frase atribuida a Buda ha sido el click. Me cayó la ficha, como decían los corazzianos. Cayó la ficha, se abrieron los cielos y me di cuenta de que el dolor ha ido remitiendo poco a poco, de forma natural, pero que el sufrimiento ha sido el protagonista demasiados días. Y cuando la relación es tan inversa, las razones deben ser encontradas. 

Pero aún sin haberlas encontrado todavía, hago de hoy el día que decido dejar de sufrir.

"And I will learn, I will learn to love the skies I'm under"


domingo, 16 de febrero de 2020

Tatuado bajo la piel


Me gustan los tatuajes. Algunos de ellos, al menos. Pero no en mi piel, sino en la de otras personas. Algunos de esos tatuajes en piel ajena, a fuerza de recorrerlos de todas las formas que supe, se me han tatuado a mi muy adentro.

Y sin embargo, yo nunca me he tatuado nada en la piel. Quizá precisamente porque las cosas que considero que merecen la pena no olvidarse nunca las llevo grabadas a fuego en un sitio más profundo.

Estos versos son un buen ejemplo:

Out of the night that covers me,
      Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
      For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
      I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
      My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears
      Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
      Finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,
      How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate,
      I am the captain of my soul.

                               Invictus, William Ernest Henley.


martes, 11 de febrero de 2020

Pena en el corazón...

Por las cosas que pudieron ser y ya nunca serán.
Por las confidencias que fueron y las que se perderán.
Por el volcán inmenso que fueron luego dos peces de hielo.
Por el miedo a que las cosas buenas entre los dos sean insalvables.
Por las confesiones que quizá ya no vuelvan.
Por los premios que depusimos y los viajes que ya no haremos.
Por correr sin mirar atrás pero quizá sí demasiado hacia adelante.
Por los errores cometidos, por los que pesaron y por los que tampoco importaron tanto.
Por los besos que se han quedado tatuados, los suspiros que aún tienen eco.
Por las canciones que ya no sonarán igual, porque ya siempre serán suyas.
Por tener que darme cuenta de que no sirve forzarse olvidar.
Por los versos de Lope que abofetean la realidad.
Por las palabras que se quedarán siempre escondidas.

Por todo eso y por lo que no tiene sitio aquí, por lo que hubo, por lo que quede, por lo que terminará por irse...

Pena en el corazón y sonrisas bajo el brazo.

Porque sucedió, sin importar cuánto durase.
Porque se abrió el pecho y me invitó a conocerla.
Porque me enseñó tantas cosas sobre mi.
Por las estampas imborrables que aún podrán recordarse con una sonrisa.
Porque lo intentamos y crecimos intentándolo.
Porque Asturias, porque las montañas a lo lejos que se quedarán con nuestro secreto.
Porque Valencia, porque las mañanas eternas.
Por las miradas cómplices, por las buenas intenciones y los malos entendidos.
Porque sentirla respirar cerca fue hogar durante un tiempo.
Porque lo hicimos lo mejor que pudimos.
Porque no toqué el cielo, lo atravesé de parte a parte cuando era uno con ella.
Porque estamos vivos y porque los dos seremos felices allá donde nuestros caminos nos lleven.
Porque siempre podré recordarlo y sentir un poco de calor aquí adentro.


Por todo, por todo esto...
Siento Pena en el corazón: a veces duele y a veces me hace sonreír.


domingo, 9 de febrero de 2020

Algún día...

Quizá una de las expresiones más tramposas y posiblemente más dañinas con las que cuenta nuestro día a día y nuestro vocabulario es "algún día".

"Algún día..." nos decimos a nosotros mismos, dando por perdido un sueño, postergando hasta el infinito un proyecto o una idea que en realidad tememos afrontar inmediatamente. "Algún día" es el palacio de las excusas y las justificaciones. Porque nunca es un buen momento, nunca tenemos todas las piezas que creemos necesitar para empezar. Y así languidece la vida y se cubre de polvo la pasión: "algún día".

"Algún día" es la excusa que nos contamos y les contamos a otros para no afrontar la enormidad del fracaso; la canción a la que nos aferramos para paliar los daños, para mantener un corazón latiendo, pensando que sin la máquina salvadora del "algún día" se parará para siempre.

"Algún día" es el clavo ardiendo de la esperanza. El cruce de caminos que todos soñamos encontrar en medio de los senderos más áridos, solitarios y polvorientos. El milagro que aparecería para cambiarlo todo mágicamente, para siempre y contra todo pronóstico. El "ojalá" más venenoso que nos condena a la inacción y al deseo insatisfecho, congelándonos en el tiempo, un día más viejos y más tristes cada vez sin volver a vivir enteros del todo.

Pero de todas sus acepciones, hay una que sí me gusta: esa en la que el "algún día" olvidado en los principios de una veintena se convierte, inadvertido y sin anunciarse, en "hoy". 

Hoy he decidido volver al principio y reencontrarme con esas partes de mi sepultadas por los años y los rigores del vivir. Hoy he querido ver cuántas cosas puedo reconocer todavía en mi yo de hace siete años, cuántas siguen latiendo imperceptiblemente en algún lugar del alma, cuántas se quedaron calladas a pesar de contar aún con voz e historias que contar.

Y he descubierto que para volver, para reencontrarse, para conocerse de nuevo, para hacer las paces con uno mismo no había que esperar ninguna conjunción astral, ni desear que sucediese mágicamente "algún día".

Sólo había que querer.