Quizá una de las expresiones más tramposas y posiblemente más dañinas con las que cuenta nuestro día a día y nuestro vocabulario es "algún día".
"Algún día..." nos decimos a nosotros mismos, dando por perdido un sueño, postergando hasta el infinito un proyecto o una idea que en realidad tememos afrontar inmediatamente. "Algún día" es el palacio de las excusas y las justificaciones. Porque nunca es un buen momento, nunca tenemos todas las piezas que creemos necesitar para empezar. Y así languidece la vida y se cubre de polvo la pasión: "algún día".
"Algún día" es la excusa que nos contamos y les contamos a otros para no afrontar la enormidad del fracaso; la canción a la que nos aferramos para paliar los daños, para mantener un corazón latiendo, pensando que sin la máquina salvadora del "algún día" se parará para siempre.
"Algún día" es el clavo ardiendo de la esperanza. El cruce de caminos que todos soñamos encontrar en medio de los senderos más áridos, solitarios y polvorientos. El milagro que aparecería para cambiarlo todo mágicamente, para siempre y contra todo pronóstico. El "ojalá" más venenoso que nos condena a la inacción y al deseo insatisfecho, congelándonos en el tiempo, un día más viejos y más tristes cada vez sin volver a vivir enteros del todo.
Y he descubierto que para volver, para reencontrarse, para conocerse de nuevo, para hacer las paces con uno mismo no había que esperar ninguna conjunción astral, ni desear que sucediese mágicamente "algún día".
Sólo había que querer.
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