Me gustan los tatuajes. Algunos de ellos, al menos. Pero no en mi piel, sino en la de otras personas. Algunos de esos tatuajes en piel ajena, a fuerza de recorrerlos de todas las formas que supe, se me han tatuado a mi muy adentro.
Y sin embargo, yo nunca me he tatuado nada en la piel. Quizá precisamente porque las cosas que considero que merecen la pena no olvidarse nunca las llevo grabadas a fuego en un sitio más profundo.
Estos versos son un buen ejemplo:
Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate,
I am the captain of my soul.
Invictus, William Ernest Henley.
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