domingo, 29 de mayo de 2011

Reencuentro, segunda parte.

Salieron al exterior. La luz del sol londinense les golpeó en la cara a través de las grises nubes. Los taxis rugían, los transeúntes circulaban esquivándose unos a otros en ese hervidero llamado Piccadilly Circus. Al unísono, como si el mismo resorte interno los moviera a hacerlo, Nick y Jofiel miraron a su derecha y se detuvieron unos segundos. Observaron la estatua de Eros en una especie de silencio reverencial y sonrieron. Después siguieron caminando, dejando que Eros lidiase con los cientos de turistas que se agolpaban a sus pies, sacando fotos, descansando... esas cosas que hacen los turistas.


Bordearon el Trocadero en silencio. Nick sabía adonde lo llevaba Jofiel: Leicester Square. Solía ser uno de sus sitios favoritos de Londres. El Empire Casino a un lado, el enorme cine Odeon al otro, y en medio, cientos de huellas de glorias del pasado inmortalizadas en el metal. Charlton Heston, Michael Caine... Nick solía ir a visitarlos cada vez que salía del Casino con la cartera significativamente más abultada que cuando entró. Después daba una vuelta a la cuadrada plaza y visitaba a los inmortalizados, como agradeciéndoles uno a uno la mucha o poca influencia que habían tenido en su vida. Varios artistas callejeros intentaban llamar la atención del respetable con sus caricaturas hechas al momento. Dios mío... cuanto tiempo había pasado. Y todo estaba igual.


- ¿Donde siempre? -pregunto Jofiel sin girarse.

- Por los viejos tiempos -contestó Nick mirando de soslayo la fachada del Casino. Eso puede esperar, se dijo.


Giraron a la derecha y pasaron por delante del Odeon. Unos pocos pasos más y ya estaban. Jofiel pasó primero entre las mesas que había en la terraza, abarrotadas de ingleses degustando sus pintas de cerveza. A un señor calvo le dio en el brazo con el borde del estuche de la guitarra. Excuse me, sorry, se disculpó sin mirar atrás. Nick lo siguió. Entraron al local, revestido de madera oscura, poco iluminado. Buscaron una mesa cerca de la ventana. Jofiel dejó sus cosas detrás de una silla y tomó asiento. Nick se sentó enfrente y buscó con la mirada al camarero. La música del local sonaba suave, de fondo...


“You’re just another angel in the crowd

walking on the wild West End...”


El camarero se acercó. Qué tomarán lo señores. Para mi un té blanco, dijo Jofiel. Para mi, uno negro, continuó Nick. El camarero preguntó si solo o con leche. Solo, contestaron ambos a la vez. Y después, se quedaron mirándose a través de la robusta mesa de madera. Estudiándose. Intentando quizá escudriñar en lo que habría pasado en la vida del otro desde que se vieron por última vez. Nick habló primero.


- Para odiar el metro, acabar tocando en una de las estaciones más concurridas de Londres es una paradoja bastante interesante...

- Es más bien un hobby... ya sabes, aquí está todo muy regulado -contestó Jofiel mirando por la ventana- además, a mi lo que me revienta son esas maquinas infernales. Las estaciones no me molestan. El caso es... ¿qué hacías tú en esa estación? -repuso, mirando a Nick con tranquilidad.

- Ya sabes... estas sentado en un sillón, aburrido, pensando en las licencias que se toma la vida en la forma de tratar a tus planes de futuro, acabas mandándolo todo a paseo y coges un avión. Así llegaste tu aquí la primera vez, ¿no?

- Más o menos... -concedió Jofiel al tiempo que el camarero se acercaba con las tazas de humeante té. El blanco aquí, el negro para él, cóbrese, y quédese el cambio. Muy amable, caballero, etc, etc. Cuando se trataba de té, Jofiel no se andaba con tacañerías.

sábado, 28 de mayo de 2011

Reencuentro, primera parte.

Londres estaba tal y como lo recordaba, a pesar de los años que habían pasado. El metro seguía siendo ese hormiguero con vida caóticamente organizada y propia. El tubo, lo llamaban. Nick recordó, mientras avanzaba por el andén entre la gente, todos los buenos momentos que había pasado viajando por aquellos túneles. Todo lo que había aprendido, lo que había planeado en ellos. Sonrió. Uno hace sus planes y después la vida hace con ellos lo que le da la gana. Pero, verdaderamente, había echado mucho de menos Londres. Su cielo gris y plomizo, su bullicio, su asfalto, su ruido. Sus luces y sus sombras.


Caminaba despacio, con paso seguro, hasta llegar a las interminables escaleras metálicas. Los carteles a un lado y a otro parecían anunciar los mismos musicales que hace unos años. Nick sonrió, complacido. Era como respirar lo familiar. Como si fuera ayer. Como si nada hubiera pasado. Y en realidad, habían pasado tantas cosas...


Y cuando a la escalera aun le quedaba medio camino, Nick escuchó la guitarra. Un riff calmado, más acariciado que tocado, nostálgico y añejo. Y aquella voz, ronca y susurrante, con un deje cansado y tan áspero que sonaba dulce. Aquella canción...


“The Ghost of Dirty Dick is still in search of little Nell...”


El corazón le latió con fuerza. Extraño... Habría corrido escaleras arriba, pero no lo hizo. Nick siguió aparentemente impertérrito, esperando pacientemente a que el peldaño de metal desembocase de una vez en el suelo de mármol de la estación de Piccadilly Circus. Entonces caminó, buscando entre la gente de donde provenía aquella canción. Aquel sonido de guitarra se volvía más rápido, los riffs evolucionaban... Nick miró a un lado y luego al otro, pero había demasiada gente. Solo cuando pasó la taquilla lo vio. Allí, en la salida que daba al Trocadero. Nick se quedó de pie, de piedra, dejándose tocar por aquellas notas que se convertían en un climax que siempre le ponía la piel de gallina. Observó con detenimiento al guitarrista. Allí estaba: delgado, moreno, con los ojos cerrados, como una sola unidad con su guitarra Stratocaster roja, acariciándola con pasión. Naturalmente. Piccadilly Circus. ¿Dónde, si no, podría haberlo encontrado, después de tanto tiempo? Solo en el lugar donde, años atrás, empezó todo... aunque fuera sólo en su imaginación. Allí estaba. Tal como lo recordaba. Caballero de la Nostalgia, Mercenario de la Melancolía, Marino del Mar de los Sueños, siempre con un verso en los labios y con la música, la poca que sabía, en el alma. Con esa mirada clara, demasiado abierta. Nick suspiró. La canción terminó, y se acercó al guitarrista, que guardaba con mimo su instrumento en el estuche.


- Sigues tocando fatal -dijo con una sonrisa difícil de clasificar. El guitarrista, después de cerrar el estuche, se incorporó y se dio la vuelta. Su expresión fue de sorpresa. Su sonrisa fue sincera.


-¡Nick! -exclamó- Vaya... vaya, vaya... -rió mientras daba dos pasos y se acercaba. Nick lo miró de cerca. Su mirada parecía cansada, como su voz.

- Bueno, en realidad... tengo que confesar que has mejorado mucho... - se corrigió Nick sin dejar de sonreír.

- Ya sabes... al final algo bueno tenía que salir...


Se quedaron en silencio, observándose. Luego, por fin, el músico habló.


- Ha pasado mucho tiempo... -casi murmuró con sus ojos fijos en los de Nick- ¿Qué... qué ha sido de ti?

- Pues... es largo de contar... -dijo mientras su interlocutor parecía examinar hasta el último detalle de su apariencia. Su pelo engominado, su traje impecable, su porte altivo.

- Tienes buen aspecto... -Nick cerró la boca. Sonrió con un deje amargo.

- Sigues mintiendo fatal.

- Lo siento... es que, después de todo... -el músico titubeó- ¿encontraste lo que buscabas? Quiero decir... no se... -Nick lo miraba inquisitivo- ¿eres feliz?


Nick rió, y el deje de amargura dejó de ser sólo un deje.


- Es largo de contar... -repitió, falto de ideas. El otro lo miró con afecto.

- Vamos... te invito a un té -dijo mientras cogía sus bártulos y echaba a andar en dirección a la escalera. Nick lo siguió, sin decir una palabra. Era extraño... ambos, subiendo de nuevo aquella escalera donde empezó todo. Como si el tiempo no hubiera pasado cuando, en realidad... habían pasado tantas cosas. Pero Nick solo disfrutó el momento, y pensó que se alegraba de haberse reencontrado con Jofiel.