miércoles, 5 de octubre de 2011

Secretos.

Seleccionó todo el texto, que quedó sombreado de color azul. Lo miró otra vez. Apenas unas diez líneas, escritas... ¿cuando? Hace apenas unos meses. Releyó algunos fragmentos y presionó la tecla de borrar. Sin más, con una facilidad que luego le sorprendió.
Nick apagó el ordenador. Lo último en lo que se fijó antes de que la pantalla hiciese un fundido a negro fue en la hora: las seis menos veinte de la tarde. Y en el calendario. Y eso le hizo pensar, mientras se levantaba de la silla, que aún quedaban muchos días hasta la noche del 26 de Octubre. Miró por la ventana. El sol aun pegaba fuerte aquella tarde, pero él no sabía cuando iba a volver. Así que cogió su cazadora y salió. Como tantas otras veces, sin saber porqué, ni a donde. 
Saltó sobre la moto y la arrancó. El viento golpeándole el pecho, hacía ondear la chaqueta sin abrochar. La velocidad lo espabilaba, le hacía olvidarse del calor. En esos momentos, era fácil sentirse poderoso. También era más fácil que esa fuera tu última sensación. Recordó a Borja, a Pollo... Nick no había vivido tanto, pero había leído bastante. Le gustaba la moto, la velocidad, la adrenalina. Pero le gustaba más vivir. Frenó un poco. Cloc. Un golpe suave en la parte trasera de su casco. Un “perdón” apenas audible y un tacto leve y cálido en el hombro izquierdo. Nick se giró, pero detrás no llevaba a nadie.
La tarde iba cayendo al ritmo que el Sol mandaba. Aún así, ya podía vislumbrarse la Luna, o su mitad. Nick tomó una curva, luego otra en dirección opuesta, se subió a la acera y aparcó. Se quitó el casco y sacudió la cabeza. Miró a su alrededor. Hacía mucho que no iba por allí. Se preguntaba si seguiría igual. Y no supo que contestarse. Prefirió no entrar. Aún no. Ya habría tiempo. Se sentó en un banco y miró a su alrededor. Aquello se parecía muchísimo a Silvertown. Y eso que, ahora que lo pensaba, nunca había estado allí. Jofiel le había contado cosas de aquel lugar, pero él nunca había llegado a visitarlo. Pero mira, se dijo, esto se parece bastante. Aunque delante hubiese una pared enorme y sosa, solo decorada con una cámara de seguridad que seguro que ni siquiera funcionaba.  Suspiró profundamente. Se puso cómodo. Empezaba a hacer frío. Ya era de noche. Pero él estaba a gusto allí sentado. Miró el reloj. Quedaba una media hora para las doce de la noche. De pronto sentía ese hormigueo. Como el que se siente cuando uno va a lanzarse al vacío, o a besar a una mujer por primera vez. Es lo mismo, se dijo a si mismo. Que raro era todo aquello. Pero... que agradable. Pero ya era hora de marcharse. Se levantó y se percató del coche que había aparcado justo detrás. Hasta luego, le dijo. Inmediatamente se sintió idiota. Con los coches no se habla, imbécil. Esto es raro hasta para un sueño.
Ah, claro... es eso.
Nick abrió los ojos. La pantalla del ordenador, con un procesador de texto en blanco, le brillaba en la cara. En la ventana ya no brillaba el sol, que se escondía tras los edificios, hasta las narices de calentar ese día.  Miró la hora: las seis y diez de la tarde. Sacudió la cabeza, intentando acostumbrarse a la realidad. Se puso un poco de música. Hay que dormir más por las noches, Nick Halden, se dijo. Luego miró el calendario. Esta vez, de verdad. Pero aún quedaba mucho para la noche del 26 de Octubre. Para ese momento en el que para el Sol es de noche, y para la noche, Luna Nueva. El momento del mes en que la noche es más... clara. 
Nick frunció el ceño. Todo eso lo había leído en algún sitio. Se preguntó si seguiría soñando. En una película, no hace mucho, había visto que había gente que se metía en tus sueños y robaba tus secretos. Menos mal que él no tenía demasiados. 

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