“Si fuera cierto que el viajar enseña, los revisores de billetes serían los hombres más sabios del mundo.” Santiago Rusiñol y Prats (1861-1931), pintor y escritor español
Un salto al vacío. Esa sensación en el estomago... de vértigo. De incertidumbre. De no ver donde se aterriza. Un pitido largo, grave e imprevisto que se anticipa al brusco aterrizaje.
Nick abre los ojos sobresaltado y se los encuentra reflejados en el cristal. Un nuevo pitido le llama insistente a la realidad. Nick sacude la cabeza y se frota los ojos mientras una voz anuncia por megafonía que el tren ha llegado a la Estación del Norte de Valencia. Gracias por viajar con nosotros, etcétera, etcétera. Nick no está escuchando. Alcanza su equipaje, más bien escaso, y pasa por delante de su vecina de asiento, una señora muy maquillada que todavía está amodorrada. Disculpe, lo siento. Es el primero en poner un pie en el pasillo y casi atropella a un señor de cabello blanco y gafas minúsculas de leer. Perdone, susurra Nick. El anciano sonríe benevolente. Esta juventud... El joven en cuestión avanza hasta donde puede, y le toca esperar a que abran la puerta del vagón. Unos minutos de impaciencia y por fin puede saltar fuera del tren.
La Estación del Norte no es un escenario nuevo para Nick. Pero esa tarde, la última del invierno, todo tiene un nuevo color ante sus ojos. Se queda quieto en mitad del andén mientras que del recién llegado tren bajan poco a poco los pasajeros. Una pareja de jóvenes baja riendo. Un niño pequeño, de la mano de su abuela, mira con asombro aquí y allá, desde el férreo techo de la estación hasta el tren que hay parado en el andén de enfrente. Hacia allí mira también ahora Nick. Unos pasajeros suben sus maletas en ese otro vagón, con la ilusión brillando en los ojos. Algo más acá, una chica rubia llora en silencio. Nick siente una repentina y profunda compasión por ella. Al fin y al cabo, todos los dolores son iguales.
Agarra su vieja bolsa y echa a andar. Ya estás otra vez aquí, Nick Halden, se dice. No sabe si sentirse triste, o contento. El desaliento se ceba con él. Esperaba sentir que tomar ese tren el día anterior era la decisión correcta. Pero no, la Estación del Norte no le hace sentirse más seguro. Nick se dirige a la salida, sorteando sonrisas, llanto, decepción, sueños, despecho... y sintiéndose por unos segundos parte de ese pequeño universo de dudas y esperanzas que es toda estación de tren.