Salieron al exterior. La luz del sol londinense les golpeó en la cara a través de las grises nubes. Los taxis rugían, los transeúntes circulaban esquivándose unos a otros en ese hervidero llamado Piccadilly Circus. Al unísono, como si el mismo resorte interno los moviera a hacerlo, Nick y Jofiel miraron a su derecha y se detuvieron unos segundos. Observaron la estatua de Eros en una especie de silencio reverencial y sonrieron. Después siguieron caminando, dejando que Eros lidiase con los cientos de turistas que se agolpaban a sus pies, sacando fotos, descansando... esas cosas que hacen los turistas.
Bordearon el Trocadero en silencio. Nick sabía adonde lo llevaba Jofiel: Leicester Square. Solía ser uno de sus sitios favoritos de Londres. El Empire Casino a un lado, el enorme cine Odeon al otro, y en medio, cientos de huellas de glorias del pasado inmortalizadas en el metal. Charlton Heston, Michael Caine... Nick solía ir a visitarlos cada vez que salía del Casino con la cartera significativamente más abultada que cuando entró. Después daba una vuelta a la cuadrada plaza y visitaba a los inmortalizados, como agradeciéndoles uno a uno la mucha o poca influencia que habían tenido en su vida. Varios artistas callejeros intentaban llamar la atención del respetable con sus caricaturas hechas al momento. Dios mío... cuanto tiempo había pasado. Y todo estaba igual.
- ¿Donde siempre? -pregunto Jofiel sin girarse.
- Por los viejos tiempos -contestó Nick mirando de soslayo la fachada del Casino. Eso puede esperar, se dijo.
Giraron a la derecha y pasaron por delante del Odeon. Unos pocos pasos más y ya estaban. Jofiel pasó primero entre las mesas que había en la terraza, abarrotadas de ingleses degustando sus pintas de cerveza. A un señor calvo le dio en el brazo con el borde del estuche de la guitarra. Excuse me, sorry, se disculpó sin mirar atrás. Nick lo siguió. Entraron al local, revestido de madera oscura, poco iluminado. Buscaron una mesa cerca de la ventana. Jofiel dejó sus cosas detrás de una silla y tomó asiento. Nick se sentó enfrente y buscó con la mirada al camarero. La música del local sonaba suave, de fondo...
“You’re just another angel in the crowd
walking on the wild West End...”
El camarero se acercó. Qué tomarán lo señores. Para mi un té blanco, dijo Jofiel. Para mi, uno negro, continuó Nick. El camarero preguntó si solo o con leche. Solo, contestaron ambos a la vez. Y después, se quedaron mirándose a través de la robusta mesa de madera. Estudiándose. Intentando quizá escudriñar en lo que habría pasado en la vida del otro desde que se vieron por última vez. Nick habló primero.
- Para odiar el metro, acabar tocando en una de las estaciones más concurridas de Londres es una paradoja bastante interesante...
- Es más bien un hobby... ya sabes, aquí está todo muy regulado -contestó Jofiel mirando por la ventana- además, a mi lo que me revienta son esas maquinas infernales. Las estaciones no me molestan. El caso es... ¿qué hacías tú en esa estación? -repuso, mirando a Nick con tranquilidad.
- Ya sabes... estas sentado en un sillón, aburrido, pensando en las licencias que se toma la vida en la forma de tratar a tus planes de futuro, acabas mandándolo todo a paseo y coges un avión. Así llegaste tu aquí la primera vez, ¿no?
- Más o menos... -concedió Jofiel al tiempo que el camarero se acercaba con las tazas de humeante té. El blanco aquí, el negro para él, cóbrese, y quédese el cambio. Muy amable, caballero, etc, etc. Cuando se trataba de té, Jofiel no se andaba con tacañerías.