lunes, 13 de abril de 2020

El Beso

Hoy, según claman las redes sociales, es el día internacional del beso. 

¿Os imagináis? Ahora hay un día internacional para casi todo. Me hace gracia esa especie de necesidad de otorgarle un día a cada emoción, acción o lucha humana. De alguna forma siento que cuando todos los días hay algo que ensalzar o celebrar, la celebración pierde su fuerza reivindicadora. Deja, de alguna forma, de tener sentido celebrar nada.


No sabía que había un día internacional del beso, ni pensaba que hubiera necesidad. Pero se me ocurre que en estos días en que muchos echamos en falta los besos que no podemos dar ni recibir, en que la soledad y el alejamiento físico se han convertido en un mal necesario yo puedo añorar los besos y el calor que faltan con palabras. No las mías, pero sí mis favoritas desde la adolescencia, cuando cierta obra de teatro calló en mis manos gracias al buen ojo de un venerable y sabio profesor.

Aún hoy creo que es la mejor definición que he leído nunca. Y os la dejo aquí:


"CYRANO: 
Hablábamos de un beso.
Dulce fuera el vocablo en vuestra boca,
mas no lo pronunciáis. Si os quema el labio,
¿qué no haría la acción? Sed generosa,
venced vuestro temor... sin daros cuenta,
ha poco os delizasteis sin zozobra
de la risa al suspiro y del suspiro
al llanto... Deslizaos más ahora
y llegaréis al beso sin notarlo,
pues la distancia entre ambos es tan poca
que un solo escalofrío los separa.

ROXANA: ¡Callad!

CYRANO: 
Al fin y al cabo, ¿qué es, señora,
un beso? Un juramento hecho de cerca;
un subrayado de color rosa
que al verbo amar añaden; un secreto
que confunde el oído con la boca;
una declaración que se confirma;
una oferta que el labio corrobora;
un instante que tiene algo de eterno
y pasa como abeja rumorosa;
una comunión sellada encima
del cáliz de una flor; sublime forma
de saborear el alma a flor de labio
y aspirar del amor todo el aroma".

sábado, 4 de abril de 2020

Why can't I change?

Hablaba hace unas noches con una fiel feligresa del reciclaje cognitivo sobre si las personas tenemos o no la capacidad de cambiar. Ella, psicóloga de profesión y por vocación, me decía convencida que la gente no puede cambiar su esencia, el núcleo mismo de su personalidad que se configura y consolida durante la infancia y la primera juventud. 

Yo siempre he querido creer que la gente puede cambiar, a pesar de que los años y la experiencia acumulasen evidencias en contra de ese íntimo deseo. A lo largo de la adolescencia y la juventud han sido muchos los momentos en los que declaré la guerra a algún aspecto de mi mismo que consideraba que debía cambiar, bien porque creía que era algo "malo" o bien porque algo de mi no me gustaba.

Y una y otra vez, levantado en armas contra esos aspectos de mi mismo, tenía la sensación de salir derrotado en cada batalla a campo abierto. Y cada vez me preguntaba para mis adentros por qué, estando tan decidido a hacerlo, me era imposible cambiar.

El paso de los años, sin embargo, me ha revelado otra realidad: mirando atrás me doy cuenta de que los últimos diez años me han cambiado en muchas cosas. El tiempo no solo ha cambiado mi rostro o mi cuerpo. Su paso también parece haber cambiado gustos, deseos, hábitos, costumbres y aspiraciones. Lo curioso es que no recuerdo haber declarado ninguna guerra contra mi mismo para que esos pequeños detalles hayan cambiado. Y lo que es más, no siento que yo, en esencia, haya dejado de ser quien soy. Mi esencia, como afirmaba mi psicóloga de las horas intempestivas, no parece haber cambiado en todos estos años.

Fue esa conversación con ella la que me hizo vislumbrar una pregunta paradójica y contraintuitiva: la gente no cambia, y sin embargo al correr de los años, todos nos descubrimos cambiados. ¿Cómo es posible que ambas cosas sean ciertas?

Y fue también en esa conversación con ella, o quizá en una de las muchas otras, que empecé a descubrir que el enfoque es clave. Que batallarte contra ti mismo es un autoengaño, una batalla condenada a perderse desde antes de empezarse; que el camino pasa por el autoconocimiento, por la aceptación y por la bondad con esas partes de nosotros mismos que no nos resultan agradables y que a veces nos hacen infelices. 

Los seres humanos no cambiamos nuestra esencia a no ser que un hecho excepcionalmente fuerte (y a menudo traumático) nos cambie para siempre. La mayoría de nosotros desarrollamos durante las dos primeras décadas de nuestra vida una personalidad con unas características complejas, con sus raíces en experiencias, gustos, ejemplos y traumas que en su mayoría quedan enterrados en el inconsciente. Y la mayoría de nosotros somos movidos por esas características sin pararnos casi nunca a examinarlas, a buscar sus orígenes ni sus porqués. Aceptar que "somos así" es parte de esa realidad innegable que es que aprender sobre lo que hay dentro de nosotros requiere de un esfuerzo y una perseverancia que la mayoría de personas no estamos dispuestas a afrontar.

Por eso ahora siento que "cambiarse a uno mismo" es quizá una idea demasiado agresiva que ayuda bien poco. Es como declararte la guerra a ti mismo, como asumir que hay algo en ti que está mal, que es malo y que debes extirpar. ¿Te arrancarías el brazo izquierdo solo porque no puedes hacer con él las mismas cosas que haces con el derecho?¿Te cortarías la pierna izquierda solo porque empeñarte en usar solo esa pierna te hace sentir torpe, lento, inútil?

¿No sería más útil aceptar que tienes dos piernas?¿Dos brazos?¿Valor y miedo?¿Bondad y malicia?¿Generosidad y egoismo? ¿No sería mejor estar en paz con la totalidad que supone ser la persona que somos? 

Tratar de comprender la enredada madeja de pulsiones y aversiones que habita en nuestra cabeza y aprender la mejor forma de hacer uso de ellas; aceptar que los sentimientos agradables y los desagradables son nuestro patrimonio y averiguar cómo trabajar con ellos para que nuestra vida sea cada día un poco mejor. Eso no es una guerra, no es una batalla a campo abierto contra nosotros mismos: es uno de los caminos más fascinantes y gratificantes que uno puede emprender en la vida.

No quiero cambiarme. Quiero aprender. Y aprendiendo, poco a poco, sin darme cuenta, cambiaré. Con un poco de suerte, a mejor. No poniendo mi mente en mi contra, sino a mi servicio.

Y por eso esta canción que adoro me parece un buen punto de partida: porque hacerse preguntas es el primer paso para empezar a caminar.