Me levanto por la mañana a eso de las ocho, remoloneando y arañando minutos al despertador, sabiendo que lo que me espera es una buena ducha y el obligado vaso de leche con colacao matutino. Cuando lo tengo preparado, y por aquello de afrontar el día sabiendo lo que pasa en el mundo, enciendo la televisión. Automáticamente la palabra “crisis” me salta a la cara en grandes subtítulos. Yo no pierdo la calma. En todos los programas (salvo en uno en el que Palin seguía acordándose de las viejas amistades del mediático Obama) varios expertos de la economía, la política y el esperpento nacional discuten acaloradamente si el Gobierno español o el de la Unión Europea podrán asegurar a los sufridos ciudadanos sus ahorros de toda la vida.
Pero un servidor de economía sabe lo justo para que no se las den con queso en las vueltas del bar Castillo, y cuando no se tienen más que 35 solitarios euros en la cuenta sinceramente, uno no se preocupa demasiado sobre adonde irán a parar sus ahorros. Así que apago la televisión y me marcho al trabajo, ese que ayudará a que la economía siga sin preocuparte porque, como becario que eres, no te van a pagar, total por cuatro horas diarias de generosa colaboración.
Y es en el autobús, en algún momento durante la media hora de trayecto, cuando el azar o el aburrimiento te hacen echar mano de uno de esos pérfidos pero entretenidos diarios gratuitos. A los pocos minutos puedes echar sonoras carcajadas, o lo harías de no ser por ese respeto que tus mayores te inculcaron de no molestar al resto de viajeros. Pero es que no es para menos, porque lees que allí en los Emiratos Árabes, allí donde la crisis inmobiliaria es como el Coco, allí donde los ladrillos de los palacios de los príncipes árabes son lingotes de oro (negro)… allí ahora mismo la crisis económica es objeto de befa y mofa. Y si no, ya me contarán a santo de que una empresa local hace de la megalomanía su bandera y lanza un faraónico proyecto llamado “Michael Schumacher World Champion Tower”, una torre tipo muelle que emergerá del mar en lo que se me antoja un gigantesco corte de manga a la crisis mundial.
Pero la cosa no acaba ahí. Porque luego, al llegar a la contraportada del periodicucho, uno se entera de que al multimillonario ruso dueño del Chelsea Roman Abramovich le quemaban los bolsillos y se le antojó gastarse la friolera de 250 millones de euros en un nuevo superyate, con sistemas antimisiles (por si los piratas) y submarino incluido. Y es entonces cuando uno se da cuenta de que todos estos señores viven en su mundo, ajeno al resto. Estos señores ignoran el significado de la palabra crisis. Y no es que yo les envidie. En realidad yo soy como ellos, solo que jugando en la liga de mi barrio. Porque no entiendo muy bien como se juega a este juego que conmociona a medio mundo a través de sus pantallas de televisión, ordenador o móvil, mientras en la otra mitad a la gente le sobraría con mis 35 euros.
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