martes, 6 de marzo de 2012

La sombra y la Luna.

Juan Ramón Jimenez escribió una vez: “La Luna asombra mi vida como si fuera una ilusión


El otro día escuché estas palabras en la acogedora penumbra de un gran teatro, pero era un mago quien las pronunciaba. La luz se hizo aun más tenue y empezó a sonar un piano. ¿No puede considerarse magia que tan solo unas palabras y unas notas de piano toquen lo más profundo de alguien? En el escenario apareció una Luna en cuarto Creciente, como invocada por la música. El mago iluminó una lámpara con un solo chasquido de sus dedos, y en las puntas de sus dedos extrajo de ella un pequeño punto de luz, con el que iluminó una oscura caja que mostró vacía. Proyectando su sombra en el interior de la caja, el mago creó imágenes con sus manos. Un árbol, una isla, una mujer...

Con un chasquido de sus dedos, o tal vez con un solo pensamiento, la sombra de la ilusión se vistió de realidad, y de la caja surgió una mujer preciosa, de largos cabellos dorados. De la sombra venía, y la Luna la llamaba. Y el mago la dejó ir a que jugase con ella unos instantes. Juntas, la mujer y la Luna danzaron al son del piano. Era un baile que se hacía más y más rápido, frenético, y que encerraba algo inquietante. Los violines que sonaron de pronto parecían presagiar tormenta, pero el piano los acalló. Era Primavera.

Las ilusiones no fueron creadas para durar, y el mago llamó a la chica, que se despidió de la Luna. Luego el mago cubrió a la chica con una gran capa roja, y la condujo al centro del escenario con mimo. Allí pareció susurrarle algo al oído, mientras acariciaba su cabello color de sol. Y de pronto el mago retiró la capa, y donde había estado la mujer hecha de sombras e ilusión sólo había un polvo brillante que caía sobre el mago, que cerrando los ojos, se abandonaba al tacto de aquella lluvia.

La magia se había apoderado del público. Los aplausos llenaron el teatro mientras el piano todavía sonaba. Algunos, arrebatados por el momento que acababan de vivir, eran incapaces de reaccionar. Necesitaban aún unos segundos para que su mundo volviera a regirse por las leyes Naturales antes de poder mover las manos para aplaudir. 

“Magia” susurré yo. Y la palabra se derretía en mi boca y llenaba mi mente. Mientras tanto el piano se iba callando, y el mago desaparecía del escenario, dejando detrás de él cientos de almas tocadas por algo más grande y hermoso que el miedo, la preocupación o el dolor con el que habían entrado en aquel teatro.

1 comentario:

Lukas Romero Wenz dijo...

¿Viste hacer eso? Tuvo que ser increíble, ¿no? Poesía palpable y respirable, capaz de entrar por cada poro de piel... Si me he emocionado yo al leerlo, no puedo ni pensar en lo que debió ser verlo.