Cuando era niño, aprendí que no servía de nada tratar de huir de los errores. No os diré donde, pero aprendí que tus errores nunca te abandonan. Pueden quedar en algún lugar olvidado de tu alma, pero tarde o temprano, vuelven a aparecer ante ti. Son fantasmas del pasado, que pesan y a veces hacen que hasta te duela respirar.
Desearías no haberlos cometido nunca. Desearías volver a atrás y evitarlos... pero no puedes. Y tus errores te atormentarán hasta que los enfrentes. Incluso entonces, sus efectos seguirán hostigandote. Aun tendrás mil ocasiones más para lamentar para tus adentros, para tratar de cambiarlo todo. Pero no puedes. No se puede cambiar el pasado.
Es como un fuerte golpe en la cabeza. Pasarán unos minutos, y el golpe pasará a formar parte del pasado. Pero aun así, la cabeza todavía dolerá. Puedes tratar de ignorarlo, lamentarte... o aprender. Y trabajar por curar esa herida. Y convertirte en alguien mejor, más digno.
Ya lo dije: yo lucharé contra fantasmas. Si hoy escribo estás líneas es en honor a aquellas imágenes de la infancia; esas melodías que se te clavan en el alma cuando eres un niño y vuelven muchos años después para ayudarte en tu camino.
También escribo esto porque hoy alguien ha escrito mi nombre, y me ha pedido algo. Algo muy importante. Algo que no podré cumplir si no soy alguien mejor. No puedo esperar hasta entonces, así que lo hago hoy.
Lo prometo.
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