Nick cerró los ojos y trató de abstraerse de todo. De los ruidos de la calle y del barullo que tenía por dentro. Inspiró profundamente y soltó todo el aire de golpe. Volvió a enfrentarse a la página en blanco impoluto que le mostraba el ordenador. Y pensó que eso antes no pasaba. Que esto ya no podía compararse a la frustración que se sentía antes. Hace unos años habría arrugado ya dos folios y los habría arrojado a la papelera. Pero ahora no. Dos tecleos, y los párrafos dejan lugar al blanco inmaculado y sin memoria. Nick se balanceó en la silla, y maldijo la necesidad de escribir para explicarse a si mismo. Allá afuera, más allá, en el mundo, estaban pasando miles de cosas. Algunas de ellas, importantes. Muy importantes. ¿Qué escribir?
Sobre la mesa, además de su ordenador, yacían una baraja de cartas, su vieja guitarra y una entrada de cine ya usada. Nick cogió la guitarra y la abrazó, dejando que sus dedos la acariciaran suavemente. Do... La menor...
Y mientras tanto, pensaba. ¿porqué cuesta tanto a veces arrancarle unas palabras al día? No. No unas palabras. Las palabras. Las que definan fielmente lo que le pasa a una de las personas de este planeta.
- Llevas con lo mismo dos horas -le dijo Jofiel a su espalda. Nick dio un respingo.
- ¿Te importaría hacer el favor... -dijo despacio y con voz de infinita paciencia- de avisar de que estás aquí antes de...?
Nick ya sabía la respuesta. Esos sustos eran uno de los pequeños placeres de la existencia de Jofiel. Como el té. La respuesta, no formulada en voz alta, era un “no” rotundo.
- No seas quejica -río Jofiel- tu problema es que llevas todo el día dando vueltas por casa como un león enjaulado.
- Llevo un tiempo sin escribir nada.
- No es verdad. Has escrito dos páginas. Por la mitad, eso si... -dijo mientras desaparecía por la puerta del saloncito.
- No valían.
- ¿Qué es lo que vale y lo que no vale para ti, Nick? -le preguntó su amigo desde la cocina mientras hacía tintinear las tazas.- ¿Te vale un té ahora?
- Quizá luego... -rechazó Nick.
Escuchó el sonido del agua al hervir, el silencio de Jofiel durante su pequeño y curioso ritual de varias veces al día. Dejó la guitarra apoyándola cuidadosamente de vuelta en la mesa. Se fijó de nuevo en la página en blanco que se burlaba desde la pantalla. Tantas cosas importantes ahí fuera... Quizá la inactividad lo estuviera embotando. Estaba distraído, desde hacía días era habitual... quedarse pensando en las musarañas. Y eso le fastidiaba mucho. Jofiel apareció de pronto por la puerta con dos tazas de té. Una se la endosó a su amigo, haciendo caso omiso a sus miradas de protesta. Nick la dejó sobre la mesa.
- Es muy sencillo -dijo Jofiel tras sorber su taza sin hacer ruido- quieres escribir sobre las cosas grandes que pasan ahí fuera. Pero no puedes, y no podrás por más que te empeñes. ¿Te has parado a mirar aquí dentro?
- Llevo todo el día aquí dentro... -le recordó Nick con tono de paciencia- Y fuera...
- Puede que fuera están pasando muchas cosas. Pero hoy no quieres escribir sobre eso.
- Y ¿sobre qué piensa el señor que quiero escribir? -dijo con sorna Nick.
Jofiel se encogió de hombros y sonrió ampliamente. Miró sobre la mesa y se fue con su taza en la mano.
Odio que haga eso, se dijo Nick. Jofiel y sus trucos mentales. Sacudió la cabeza y volvió a centrarse en la pantalla en blanco. Pero esta se desdibujaba. Sus ojos se iban hacia la guitarra. Hacia la baraja de cartas. Hacia la entrada de cine. Aquella primera entrada de cine. La sostuvo ante sus ojos. No sabía bien porque aquel trozo de papel coloreado no había acabado en la papelera, como tantos antes que él. O tal vez... sí lo sabía. Nick sonrió, como no recordaba haberlo hecho en todo el día. Condenado Jofiel. Odiaba que tuviese razón. Pero... tal vez el mundo ahí fuera podía esperar. Tal vez hoy quería escribir sobre aquella entrada de cine.