" (...) Even if I have to endure two hundred years of purgatory, two hundred years without you, then that is my punishment that I have earned for my crimes. For I have lied, killed and stolen, betrayed and broken trust. But when I stand before God, I’ll have one thing to say to weigh against all the rest: Lord, ye gave me a rare woman... and God, I loved her well. (...)
El sol brillaba inusualmente cálido aquella mañana de Otoño.
Él caminaba haciendo crepitar a su paso las hojas caídas. Sentía en la piel la agradable sensación de tibieza que tanto echaba de menos en los días grises y dejó que en su cara se ensanchase una sonrisa amplia, de esas que le arrugaban la cara.
Llegó al sitio acordado y eligió una mesa que tenía el diseño de las sombras de las ramas de los árboles vecinos y los rayos de luz que se filtraban a través. Se sentó y vio que ella estaba llegando casi a la vez.
- La edad nos está haciendo puntuales -dijo ella a modo de saludo.
- ¿Crees que es cosa de la edad? -respondió él.
- La edad, la experiencia, querer dejar de sentir vergüenza por cómo te miran cada vez que tardas veinte minutos más en llegar a un sitio... es lo mismo.
Se sentaron observando la distancia de seguridad y cuando se quitaron las mascarillas, ambos descubrieron que el otro también sonreía. Pidieron refrescos: una CocaCola light ella, una Zero él.
- Iba caminando por la calle y miraba los edificios y pensaba...¿cuándo hemos dejado que pase tanto tiempo? -reflexionó ella después de su primer sorbo.
- No creo que lo hayamos dejado pasar. Me parece que es él el que ha pasado sin pedirnos permiso -repuso él.
- ¿Quién se ha creído que es? Lo que más me molesta es esa sensación de que todo sucedió ayer cuando si lo piensas, han sido casi quince años... - Quince años -repitió él despacio, como queriendo sentir el peso de las palabras- Quince años...
- Y mientras venía pensaba en todas esas cosas que me parecían un mundo entonces. Recuerdo estar llorando allí -se giró ella para señalar el lugar- desconsolada, como si el mundo ya no fuera a tener sentido nunca más. Y mira... - Sí, recuerdo cosas parecidas. Aquí, en esta misma calle... y luego la vida siguió. Y parece que sí tenía mucho sentido. Nada ha sido como lo esperaba. ¿Será que tenia falta de imaginación? - Creo que es parte del encanto de vivir: te pasas días angustiada para que todo salga como lo tienes planeado y luego nada sale como querías. Y te despiertas un día pensando que todo es mucho mejor de lo que podías haber soñado. Que la felicidad es ahora, que no necesitas nada más.
- Recuerdo haberme despertado así. No hace tanto... pero parece tan lejano ahora. Siento que el tiempo juega con nosotros: que se alarga cuando nos duele, corre cuando somos felices y de pronto nos hace sentir que la felicidad ya fue, que quedó atrás. Y entonces somos nosotros los que corremos, queriendo alcanzarla de nuevo, encontrarla, remover cada piedra buscándola... No sé, puede que parte de madurar sea darse cuenta de que siempre está delante de nuestras narices, que no hay que hacer grandes aspavientos ni recurrir a épicas búsquedas. Que la búsqueda es hacia dentro. -concluyó él golpeando su pecho con el dedo pulgar.
- ¿Sientes que ya has madurado? -preguntó ella, burlona. - Nah... no diría tanto. Pero a veces me siento mayor. Me sorprendo dándome cuenta de que hay experiencias y cosas que siempre pensaba que querría y ahora me parecen más prescindibles. O que tienen su lugar, y que es más pequeño de lo que calculaba. Me siento distinto al chaval que iba por esta calle arriba y abajo hace tantos años. - Sí, yo también me siento distinta. Todo ha cambiado. - Hay cosas que no han cambiado...
- No, no es verdad. Todo ha cambiado. Nosotros ya no somos los mismos.
Él calló entonces, mirando las hojas moverse con la brisa. Quizá era verdad, como en el Poema XX de Neruda: "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos." Pero entonces ¿de dónde salía esa sensación de que lo esencial seguía ahí, inmutable?
-¿Sabes? Me ha venido una frase a la cabeza. De una película. -volvió a hablar él- La volví a ver... no importa. El caso es que una frase se me quedó clavada, no me había fijado antes en ella. Decía algo así como que... “El amor es lo único que somos capaces de percibir que trasciende las dimensiones del tiempo y del espacio”.
- Tal vez -dijo ella después de unos segundos- quizá eso es lo que nos mantiene sintiendo que lo importante no ha cambiado a pesar de que todo lo demás sí lo haya hecho. - No sé si la física cuántica funciona realmente así, pero me gusta pensar que sí.
Los refrescos se habían terminado y él hizo una seña a la camarera para pedir otro. Se levantó la brisa y él se puso su cazadora de cuero para no perder esa agradable sensación de tibieza en el cuerpo.
- Ya no te pones la cazadora que te regalé -dijo ella como en un reproche divertido.
- Esa es una de las cosas que han cambiado, ¿sabes? Entonces ninguno pensábamos que llegaría a quedarme pequeña. Pero mira... - Pero la guardas. Sé que aún la guardas.
- Claro que la guardo. Algún día encontraré un buen uso para ella.
Así siguió la mañana. Los refrescos dieron paso a un paseo, las calles cambiaron y las risas y los recuerdos siguieron desfilando. Y cuando se despidieron y cuando la vio marchar, pensó en todas las cosas que siempre había dado por supuesto acerca de cómo sería su vida.
No se pueden juntar los puntos hacia adelante, sólo puede hacerse mirando hacia atrás. Las palabras dichas se convierten en polvo; las escritas perduran y a veces es peor que lo hagan, porque descubrimos que no aguantaron el paso de los meses. Y eso puede doler.
Pero con el paso del tiempo, en el transcurso del navegar, hay algo que perdura y que trasciende a los sentimientos, a las palabras dichas y a las que se callaron. Ese algo es lo que realmente importa y que merece la pena atesorar. Es algo más tangible, más ineludible y más inmutable que los juramentos que afirman poder resistir océanos de tiempo. Algo en lo que no cabe el ego, el sufrimiento, el rencor o la amargura.
Anoche miraba el cielo estrellado de Valencia. Quizá una de los efectos positivos de un toque de queda es que a partir de cierta hora ya no hay coches. Menos coches es menos contaminación, menos luces. Y eso significa más estrellas asomándose en el cielo estrellado.
A los pocos segundos pude ver con claridad la figura inconfundible para mí de Orión, el gran Cazador. Lo recuerdo ahora y pienso que lo más natural habría sido que a mi cabeza hubiera acudido la canción "Llamando a la Tierra" de M-Clan, simplemente porque nombran el cielo de Orión. Pero en ese momento en mi mente empezó a resonar otra melodía, una que llevaba años sin escuchar.
Era la música de una película de mi infancia, la historia de un cazador de dragones y un sabio dragón de voz inolvidable. Una música de orquesta, una melodía de cuerdas y vientos, de voces y tambores, entre la dulzura y la épica. Una melodía de redención.
Traté de hacer una foto de aquel momento y por un impulso sin sentido sentí la necesidad de compartirlo. Pero el recuerdo que quise crear no hacía justicia a lo que estaba pasando dentro de mi. No es eso lo que necesitaba, lo supe en seguida. No era eso lo que quería compartir. Pero lo dejé estar y sólo seguí allí un rato más, mirando a Orion y escuchando aquella música.
Hay muchas cosas que no entiendo en los últimos tiempos, muchas preguntas sin respuesta. Y empiezo a aceptar que no todas las preguntas deben tener una; o que las respuestas que ansiamos no son lo que realmente necesitamos.
En aquellos momentos de la noche sentí que al margen de lo que estoy aprendiendo de mí mismo y de lo que aún ignoro, al margen de lo que he decidido que quiero construir para mi vida, lo único que tenía era ese momento exacto, esas estrellas, esa música. Y que eso es lo único que importaba vivir: ese preciso instante, todas esas sensaciones intensas, todas esas dudas y todas esas certezas arremolinándose dentro de mi, golpeando con fuerza mi pecho, apretando mi mandíbula, deslizándose hacia afuera en un rastro casi invisible.
Anoche viví un momento lleno de belleza y de emociones que no quiero explicar. Pero de alguna manera sí quiero dejar constancia de que sucedió.
Saber algo no es lo mismo que haberlo aprendido. Puede que esa sea una de las trampas en las que más caigo en mi vida
Soy una persona que cuando duda del funcionamiento de algo, corre a buscar un manual de instrucciones. Leer sobre un problema o sobre una situación desconocida me hace sentir que empiezo a dominarlo, que ya lo entiendo. Que ya sé lo que pasa. Por eso quizá muchas veces encadeno una lectura a otra, y otra y otra, pensando inconscientemente que cuanta más información caiga en mi cerebro, mejor se me dará dominar una situación concreta.
Quizá por eso cada vez más leo sobre los temas que me inquietan; leo todo lo que puedo sobre ello, busco distintos ángulos, distintas fuentes; escribo sobre lo que aprendo, reflexiono. Y ya siento que lo he aprendido. Que esos nuevos conceptos, que esa nueva información ya están afianzados en mi cabeza. Sólo porque ya sé que están ahí, que existen.
Y no. Es verdad que el buen conocimiento no ocupa lugar y que beber de varias fuentes es deseable. Pero saber algo, entender algo nuevo de forma racional no es lo mismo que haberlo aprendido. Porque el aprendizaje es algo que se refleja en los hechos tangibles.
Aprender es llevar a la acción, que la teoría y los conceptos formen parte de la vida, del día a día, de las elecciones personales, los pensamientos y las acciones.
Saber está muy bien. Hacer algo con lo que sabes, que marque la diferencia, que sus efectos sean palpables en tu vida, es otro nivel.
Por eso hoy creo que a veces conviene dejar los libros a un lado. Y vivir.