Soy una persona que cuando duda del funcionamiento de algo, corre a buscar un manual de instrucciones. Leer sobre un problema o sobre una situación desconocida me hace sentir que empiezo a dominarlo, que ya lo entiendo. Que ya sé lo que pasa. Por eso quizá muchas veces encadeno una lectura a otra, y otra y otra, pensando inconscientemente que cuanta más información caiga en mi cerebro, mejor se me dará dominar una situación concreta.
Quizá por eso cada vez más leo sobre los temas que me inquietan; leo todo lo que puedo sobre ello, busco distintos ángulos, distintas fuentes; escribo sobre lo que aprendo, reflexiono. Y ya siento que lo he aprendido. Que esos nuevos conceptos, que esa nueva información ya están afianzados en mi cabeza. Sólo porque ya sé que están ahí, que existen.
Y no. Es verdad que el buen conocimiento no ocupa lugar y que beber de varias fuentes es deseable. Pero saber algo, entender algo nuevo de forma racional no es lo mismo que haberlo aprendido. Porque el aprendizaje es algo que se refleja en los hechos tangibles.
Aprender es llevar a la acción, que la teoría y los conceptos formen parte de la vida, del día a día, de las elecciones personales, los pensamientos y las acciones.
Saber está muy bien. Hacer algo con lo que sabes, que marque la diferencia, que sus efectos sean palpables en tu vida, es otro nivel.
Por eso hoy creo que a veces conviene dejar los libros a un lado. Y vivir.
Aprender es llevar a la acción, que la teoría y los conceptos formen parte de la vida, del día a día, de las elecciones personales, los pensamientos y las acciones.
Saber está muy bien. Hacer algo con lo que sabes, que marque la diferencia, que sus efectos sean palpables en tu vida, es otro nivel.
Por eso hoy creo que a veces conviene dejar los libros a un lado. Y vivir.
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