martes, 17 de noviembre de 2020

Oceanos de Tiempo

El sol brillaba inusualmente cálido aquella mañana de Otoño. 

Él caminaba haciendo crepitar a su paso las hojas caídas. Sentía en la piel la agradable sensación de tibieza que tanto echaba de menos en los días grises y dejó que en su cara se ensanchase una sonrisa amplia, de esas que le arrugaban la cara. 

Llegó al sitio acordado y eligió una mesa que tenía el diseño de las sombras de las ramas de los árboles vecinos y los rayos de luz que se filtraban a través. Se sentó y vio que ella estaba llegando casi a la vez. 

- La edad nos está haciendo puntuales -dijo ella a modo de saludo.
- ¿Crees que es cosa de la edad? -respondió él.
- La edad, la experiencia, querer dejar de sentir vergüenza por cómo te miran cada vez que tardas veinte minutos más en llegar a un sitio... es lo mismo.

Se sentaron observando la distancia de seguridad y cuando se quitaron las mascarillas, ambos descubrieron que el otro también sonreía. Pidieron refrescos: una CocaCola light ella, una Zero él.

- Iba caminando por la calle y miraba los edificios y pensaba...¿cuándo hemos dejado que pase tanto tiempo? -reflexionó ella después de su primer sorbo.
- No creo que lo hayamos dejado pasar. Me parece que es él el que ha pasado sin pedirnos permiso -repuso él.
- ¿Quién se ha creído que es? Lo que más me molesta es esa sensación de que todo sucedió ayer cuando si lo piensas, han sido casi quince años...
- Quince años -repitió él despacio, como queriendo sentir el peso de las palabras- Quince años...
- Y mientras venía pensaba en todas esas cosas que me parecían un mundo entonces. Recuerdo estar llorando allí -se giró ella para señalar el lugar- desconsolada, como si el mundo ya no fuera a tener sentido nunca más. Y mira...
- Sí, recuerdo cosas parecidas. Aquí, en esta misma calle... y luego la vida siguió. Y parece que sí tenía mucho sentido. Nada ha sido como lo esperaba. ¿Será que tenia falta de imaginación?
- Creo que es parte del encanto de vivir: te pasas días angustiada para que todo salga como lo tienes planeado y luego nada sale como querías. Y te despiertas un día pensando que todo es mucho mejor de lo que podías haber soñado. Que la felicidad es ahora, que no necesitas nada más.
- Recuerdo haberme despertado así. No hace tanto... pero parece tan lejano ahora. Siento que el tiempo juega con nosotros: que se alarga cuando nos duele, corre cuando somos felices y de pronto nos hace sentir que la felicidad ya fue, que quedó atrás. Y entonces somos nosotros los que corremos, queriendo alcanzarla de nuevo, encontrarla, remover cada piedra buscándola... No sé, puede que parte de madurar sea darse cuenta de que siempre está delante de nuestras narices, que no hay que hacer grandes aspavientos ni recurrir a épicas búsquedas. Que la búsqueda es hacia dentro. -concluyó él golpeando su pecho con el dedo pulgar.
- ¿Sientes que ya has madurado? -preguntó ella, burlona.
- Nah... no diría tanto. Pero a veces me siento mayor. Me sorprendo dándome cuenta de que hay experiencias y cosas que siempre pensaba que  querría y ahora me parecen más prescindibles. O que tienen su lugar, y que es más pequeño de lo que calculaba. Me siento distinto al chaval que iba por esta calle arriba y abajo hace tantos años.
- Sí, yo también me siento distinta. Todo ha cambiado.
- Hay cosas que no han cambiado... 
- No, no es verdad. Todo ha cambiado. Nosotros ya no somos los mismos. 

Él calló entonces, mirando las hojas moverse con la brisa. Quizá era verdad, como en el Poema XX de Neruda: "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos." Pero entonces ¿de dónde salía esa sensación de que lo esencial seguía ahí, inmutable?

-¿Sabes? Me ha venido una frase a la cabeza. De una película. -volvió a hablar él- La volví a ver... no importa. El caso es que una frase se me quedó clavada, no me había fijado antes en ella. Decía algo así como que... “El amor es lo único que somos capaces de percibir que trasciende las dimensiones del tiempo y del espacio”.
- Tal vez -dijo ella después de unos segundos- quizá eso es lo que nos mantiene sintiendo que lo importante no ha cambiado a pesar de que todo lo demás sí lo haya hecho.
- No sé si la física cuántica funciona realmente así, pero me gusta pensar que sí. 

Los refrescos se habían terminado y él hizo una seña a la camarera para pedir otro. Se levantó la brisa y él se puso su cazadora de cuero para no perder esa agradable sensación de tibieza en el cuerpo.

- Ya no te pones la cazadora que te regalé -dijo ella como en un reproche divertido.
- Esa es una de las cosas que han cambiado, ¿sabes? Entonces ninguno pensábamos que llegaría a quedarme pequeña. Pero mira...
- Pero la guardas. Sé que aún la guardas.
- Claro que la guardo. Algún día encontraré un buen uso para ella.

Así siguió la mañana. Los refrescos dieron paso a un paseo, las calles cambiaron y las risas y los recuerdos siguieron desfilando. Y cuando se despidieron y cuando la vio marchar, pensó en todas las cosas que siempre había dado por supuesto acerca de cómo sería su vida. 

No se pueden juntar los puntos hacia adelante, sólo puede hacerse mirando hacia atrás. Las palabras dichas se convierten en polvo; las escritas perduran y a veces es peor que lo hagan, porque descubrimos que no aguantaron el paso de los meses. Y eso puede doler.

Pero con el paso del tiempo, en el transcurso del navegar, hay algo que perdura y que trasciende a los sentimientos, a las palabras dichas y a las que se callaron. Ese algo es lo que realmente importa y que merece la pena atesorar. Es algo más tangible, más ineludible y más inmutable que los juramentos que afirman poder resistir océanos de tiempo. Algo en lo que no cabe el ego, el sufrimiento, el rencor o la amargura.

Quizá sea el Amor que sólo sabe ser.







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