lunes, 9 de enero de 2012

Todo o nada.

Dicen que el mus es como el sexo. O tienes una buena pareja, o una buena mano. A mi,  las cartas se me caen de las mías. Mi compañero no me pasa señas, no porque esté acosado por la mirada atenta de nuestros oponentes, que también, sino porque seguramente piensa que para indicarme que va más ciego que un marino de permiso, mejor se esta quietecito. Buen chico. Aquí tenemos a la cruda realidad mandando a paseo al refranero popular. Ni pareja, ni mano. Nada de nada.


La cosa esta así: después de arrasar en el primer juego, en el segundo y en el tercero la baraja nos ha hecho sendos cortes de manga. Se ve que no ha tenido tiempo para nosotros; estaba demasiado ocupada pasando toda la realeza al oponente. Si seguimos así nos vamos a casita. Toca remar.


Yo resoplo. 35 a 21, abajo. Soy el postre, y todos en la mesa piden mus. Vamos, que en el ambiente hay dudas. Mis cartas me las se de memoria, por lo mediocres que son. Pensar en los buenas que habían sido al principio de la partida no va a hacer que cambien. Cualquiera juega bien con buenas cartas, ¿no? Es sencillo. Pero sacar adelante la partida con el viento en contra, en este caso, con un solitario y triste cerdo, dos dieces y un once, eso si que es de campeones. 

-¿Qué quieres? -pregunto sabiendo ya la respuesta de mi compañero.
- Mus -me dice él.

Para echarse a llorar. Como para dejar que el contrario cambie cartas y que le llegue toda una piara de pata negra. De mano. No, gracias.

- Habla - le digo al que va de mano.
- Paso - dice él. Y mi compañero, y el otro.
- Todas -digo. Se achantan todos.


Pasan la pequeña. Como no. La dejo irse, porque por la cara que lleva mi compañero, él la va a destrozar después. Pares. Esto si que va a ser bueno. La mano no tiene. Mi compañero si. El otro, también. Pero me dejan hablar a mi.

- Todas - digo yo. Con un par. De dieces, se entiende. Y yo con cara de ahí me las den todas. A ver si los tienes bien puestos. Y parece que no. Sumo poco, pero sumo.
Juego. Si, no, si. Y yo, si. Claro. 40. Que calamidad. Pero bueno. 

- Envido -dice la mano. Intenta parecer seguro. Y puede que lo esté. Y en una situación así, te lo planteas. ¿Será verdad? Si lo es, hasta aquí hemos llegado. Pero no me da la gana. A la vida se viene a vivir, y a la mesa, a jugar. ¿No? Pues eso.

- Todas -digo otra vez, con la mirada fija, sin pestañear. No dejando que mis ojos revelen la procesión que va por dentro. Llevo 31, y tu no, intento decir sin decir nada.  


Los ojos dicen muchísimas cosas. Y los de mi oponente dicen que no lo tiene claro. Que no esta seguro. Y no quiere. Enseña las cartas. Yo suspiro, pero solo por dentro. Ahora toca contar. 35 a 30. Algo hemos remado. Pero la partida sigue. Disculpadme, pero tengo que seguir jugando.

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