domingo, 29 de enero de 2012

Frontera.

Sus ojos cansados, pero a la vez serenos, de mirada clara, lo traspasaban. A Nick aquella mirada lo desconcertaba y lo llenaba de preguntas. Los médicos, con su saber a veces tan desprovisto de compasión (gajes del oficio, solía decir Jofiel) callaban a gritos que ella se moría. Quizá no de forma fulminante. Hablaban de tratamientos paliativos. De calidad de vida. Pero ella misma parecía saber con certeza que su vida empezaba a apagarse, que el fin ya no era un concepto abstracto que siempre les pasa a los demás. A Nick le turbaba que ella supiera todo aquello y que su mirada, sus palabras, transmitieran tanta paz. Ni un atisbo de miedo. Cansancio, quizá, por lo brutal de la medicación, por la acumulación de años vividos, y también porque a su edad y en su estado, ella se negaba a estar demasiado tiempo sentada en un sillón.
Sentado a su lado, Nick le contaba cómo le trataba la juventud. Ella le escuchaba, y sólo abría la boca para reír con las bromas con las que Nick buscaba robarle una carcajada. Ella le decía que estaba como una cabra. Y en aquellos momentos, eso hacía que a él se le hiciese un nudo en la garganta. Pero sonreía. Se despidió de ella con un beso en la frente, y ella le miró de esa forma que quería decir “pórtate bien”. Si, todavía le miraba así.

Anochecía cuando Nick llegó a casa. En silencio, se deshizo de su abrigo, se sentó frente a la ventana, en su butaca favorita, y perdió la mirada en la noche.

- ¿Cómo está? -se dejó oír la voz de Jofiel. Nick guardó silencio unos momentos. 
- Está mayor -dijo al fin. Fue lo que le salió. Ella siempre había estado tan llena de vida, tan activa y frenética en el día a día... Se le había hecho extraño verla fatigada, aunque su mirada permaneciese intacta.
- Te afecta verla así - dijo Jofiel. No preguntaba. Enunciaba una realidad.
- No tiene miedo, ¿sabes? - pareció no escuchar Nick- Ni una sombra. Y si yo estuviera en su lugar...
- Pero no lo estás - le interrumpió Jofiel, sentándose en la butaca de al lado para compartir las vistas. Sin pedir permiso, como era su costumbre. Nick reflexionaba profundamente. Ojalá desde aquella ventana pudieran verse las estrellas. Pero la ciudad no lo permitía.
- La muerte me da miedo -dijo Nick- no me avergüenza reconocerlo. Al menos, hoy no. En realidad, solo me da miedo cuando me voy a dormir. Entonces, la certeza de la muerte me angustia. Y muchas veces me duermo así. Cansado. Y despierto con los primeros rayos de sol, y me siento vivo y afortunado. Y en todo el día, la muerte no me preocupa. Pero ella... ella hace que seamos el resto los que estemos tristes y preocupados. Ella no. Sonríe. Ella no tiene miedo.
- Ella mira a su alrededor y ve los frutos de su vida. Ve a sus hijos felices, a sus nietos jugando despreocupadamente. Escucha reír. Ha vivido una vida plena. ¿Por qué debería tener miedo?

Entonces los dos se quedaron en silencio. Si, Jofiel tenía razón.
- Nadie sabe cuanto tiempo queda. Pero lo que es seguro es que... tienes la oportunidad de estar con ella el tiempo que le quede. No la eches de menos ahora. 
Nick pensó que no era la primera vez que escuchaba esas palabras. Las había escuchado de otros labios, tiempo atrás. Pero en definitiva, lo importante es que era una gran verdad.

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