Pocos lo vieron venir, y esos pocos fueron tachados de exagerados, locos, agoreros. Pero llegó, se extendió y hoy vivimos una situación que no ha hecho más que empezar en la que todo apunta que la crisis empeorará rápidamente y de la que es muy difícil predecir unos tiempos claros. Mucho menos un final.
Hace pocos días leí en Twitter a la periodista Lucía Tolosa mencionar el interesante crossover "El Amor en los Tiempos de Coronavirus". Desde entonces el título me da vueltas en la cabeza, y lo curioso es que también he visto utilizarlo a otras personas desde entonces.
En la célebre novela "El Amor en los Tiempos del Cólera" de Gabriel García Márquez, Florentino Ariza se enamora de Fermina Daza y a través de más de cincuenta largos años y distancias continentales le profesa un amor irracional e imborrable. Durante todo ese tiempo se mantienen separados por las circunstancias y avatares de la vida y él seduce a una mujer tras otra sin quitarse nunca de sus adentros a Fermina, ni siquiera cuando realmente parece que quiere hacerlo.
La conexión con el improbable remake que da título a estas líneas vino cuando buceando en mis redes sociales en las primeras horas nocturnas de este encierro forzoso he ido a darme cuenta de todas las conexiones que realizamos a diario. Yo y tú. Casi todos los que tenemos una cuenta de Instagram, Twitter o Whatsapp. Interacciones a golpe de dedo, corazones de ilimitado suministro, emoticonos para todas las situaciones. Todas las opciones que la tecnología puede proporcionar para hacernos sentir que estamos cerca de alguien, sin apenas nada del calor que realmente necesitamos dar y recibir.
Qué curioso que en el mundo de las conexiones continuas y sempiternas, omnipresentes y aparentemente inevitables lo que más vayamos a echar de menos en estos tiempos inciertos es sentir una conexión real que nos haga sentir que aún estamos vivos y que siempre merece la pena. Tocarnos, abrazarnos, besarnos. Escucharnos, hablarnos. Reírnos. Descubrirnos o volvernos a conocer cara a cara en la pasada de moda vida real.
Y así podemos pasarnos los años, engañándonos sin verlo, de conexión nueva tras conexión nueva, de interacción caduca en interacción caduca, dándoles prioridad a esas innocuas y repetidas relaciones de sustitución fácil. A veces, porque no soportamos estar a solas con nosotros mismos; muchas veces porque simplemente es fácil e inofensivo; a veces, porque realmente creemos que la respuesta consiste en huir hacia adelante. A menudo porque la realidad nos agobia. Y otras veces, porque nos da miedo enfrentar ese doliente palpitar que se mantiene muy adentro. Adormecido, pero vivo.
El antídoto a este mal... ojalá lo conociera. Quizá ni siquiera enfrentarnos al espejo o al pasado sea la solución mágica. Pero seguro que hacerlo tampoco nos haría ningún mal.
Y no me digan que de existir el dichoso e improbable remake este no sería un buen final.
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