Hay un clásico juego de magia llamado así: "Recuerda y Olvida". En él, el Mago consigue que una persona memorice y después olvide completamente una carta de la baraja, para terminar recordándola definitivamente al final.
He experimentado con los recuerdos en los últimos años en mi propio trabajo: me he preguntado si sería posible hacer olvidar a alguien algo que sabe o conoce a la perfección, algo cotidiano, como hablar, leer o incluso su propio nombre. Algunas de estas experiencias las he realizado en escena, otras solo en petit comité. Sí, puede crearse este efecto en la gente. Pero no debería sorprendernos, ya que de por sí, la memoria (nuestra memoria) es traicionera sin necesidad de aplicar ningún truco mental externo.
"Estamos hechos de historias..." digo cada vez que salgo a escena. Y lo creo a pies juntillas: nuestros recuerdos son esas historias: narraciones imperfectas, parciales; cuentos que almacenan momentos fugaces, sensaciones que se convierten palabras, sinsentidos a los que se les otorga un Norte, un principio y un fin.
Hoy todo esto ha venido a mi cabeza después de haber colaborado en la presentación de un libro llamado "La Psicóloga", escrito por la noruega Helene Flood. Para la ocasión, la Editorial Planeta me pidió si podía realizar algunas experiencias relacionadas con los recuerdos y la memoria. El reto fue interesante y creo que siempre recordaré la experiencia, pero no por mi participación, sino por todo lo que ese libro que llegó a mi por azar tiene en común con mi trabajo y mis propias vivencias.
La memoria es traicionera, parcial. ¿Cuántas veces no somos capaces de recordar más que las peores cosas de una experiencia?¿Cuántas parecemos simplemente poder recordar los buenos momentos? Somos seres de memoria corta y selectiva. Los detalles se difuminan rápido, y ahí donde nuestra memoria falla trabaja rápido nuestra imaginación, rellenando los huecos, dándole un sentido a lo que la mayoría de las veces no lo tiene. Porque necesitamos orden, significado, dirección. Tenemos preguntas y queremos respuestas.
Incluso cuando decidimos escribir rápidamente lo que nos ha pasado para tratar de mantener el recuerdo vivo nos hacemos trampas a nosotros mismos. Helene decía hoy que hasta cuando escribimos un diario, sin darnos cuenta, alteramos nuestros recuerdos a la hora de enhebrar las palabras. Porque inconscientemente imaginamos que aunque nadie vaya a leerlas nunca, de alguna forma lo que escribimos tendrá un lector. Y ese lector debe comprender la historia que estamos contando. No, no debe. Necesitamos que nos comprenda. Y es precisamente queriendo dar un sentido, un orden a nuestros recuerdos traducidos a tinta sobre blanco que creamos un recuerdo, cargado de la emoción que sea... pero alterado.
Eso se me antoja ahora que es escribir: recordar y olvidar al mismo tiempo. Escribo para recordar, para poder volver dentro de otros siete años y sentir el eco de todos los pensamientos y sentimientos de estas semanas.
Pero escribiendo, olvido también lo que realmente sucedió para quedarme con la versión que mi limitada memoria y mi loca imaginación decidirán que perdure.