Hay una frase que tiene su versión en muchos pueblos y culturas distintas a través de los siglos. Es curioso, como si a pesar de las muchas diferencias que el ser humano y sus civilizaciones puedan haber tenido y seguir teniendo, determinadas ideas son inmutables en su esencia. La frase reza: "donde hay una voluntad, hay un camino".
No recuerdo exactamente cuándo esa frase apareció en mi vida y la sensación es que ha estado ahí siempre. La sensación, como muchas otras, puede no ser más que la historia que me gusta contarme.
Pero lo que es innegable es que creo ciegamente en esa idea: en que la voluntad abre caminos, posibilidades y mundos allá donde la desesperanza y el miedo cierran libros y terminan historias.
No creo que esta sea una idea fácil de llevar a la práctica, ni creo que sea para todo el mundo. Todavía vivo queriendo hacerme digno de ella. Y es curioso, porque recuerdo que muchas veces las personas de mi entorno más íntimo me han dicho, entre la broma y la advertencia, que soy un cabezota que no sabe cuándo hay que rendirse.
Pero no se trata de eso: no se trata de perseguir caminos y posibilidades dañinas contra toda lógica y contra toda adversidad. No hablo de empeñarse en perseguir quimeras que puedan destruir o matar el espíritu. Hablo de aprender a ver más allá, de conocerse a uno mismo, de respetarse, de saber qué es lo que quieres y trabajar en ello pese a cualquier dificultad. Hablo de saber qué caminos merecen la pena, qué historias son dignas de continuar escribiéndose. Y también de saber que cada uno solo puede responsabilizarse de su propio camino.
Yo conozco el mío y estoy comprometido a caminarlo, un trecho cada día. ¿Una confesión? Hay trechos, por muy justos y valiosos que sean, que se hacen muy difíciles. Pero también me hacen sentir que cada dificultad tiene su propósito y que para que ciertos caminos puedan entrecruzarse y enriquecerse, es necesario haber aprendido de las jornadas más duras.
miércoles, 2 de diciembre de 2020
Caminos
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