En toda vida llega un momento en que el viajero se topa de pronto con una encrucijada. Un cruce de caminos. Uno que puede estar encarnado por una persona inesperada, por un cambio de viento o por un vuelco brusco en los acontecimientos. Pueden ser tantas cosas... Pero los cruces de caminos existen, y en cada vida uno se encuentra con varios. Unos más importantes y trascendentes que otros. Echo la memoria atrás, y recuerdo. Y resulta que este blog nació en un cruce de caminos. Y es en un cruce de caminos donde va a terminar.
Como una construcción de fichas de dominó gigante, y con un solo empujón, han desfilado por aquí textos que quizá nunca debieron ver la luz. Casi cuatro años. Cuatro. Años. Un proyecto para la carrera, un escaparate para los sentimientos, el altavoz de mi nostalgia, un hombro sobre el que llorar letras, una pira en la que avivar recuerdos, un lienzo en el que pintar ilusiones, un campo verde en el que soñar despierto. Esto ha sido este blog. Un conglomerado caótico de mi mismo que no se me fue de las manos, porque nunca estuvo bajo control. Nada académico, nada sensato. Nunca culto, nunca con pretensiones. Por aquí ha desfilado mi imaginario personal (sonríe y enumera, Elena). Todos y cada uno de sus lugares, situaciones y personajes. Y mis alter egos. Y mis fantasmas.
Los lobos, la Luna, el fuego, Cyrano, Londres, la música, Mark Knopfler, Elvis y los Beatles; Lucas y Nate, la princesa de cabello rubio tímido, Jofiel, Nick Halden, Mario Santos, el mus y la chica rebelde de bonitos mofletes. El Viento del Este. Y el del Norte. Vientos que me trajeron el amor, la culpa, el dolor, la soledad, la alegría, la esperanza, la rabia, el desengaño. Pedazos de una parte de mi vida.
Enumerar no se me da bien. Tampoco acabar las cosas. Algo comprensible, dado que soy torpe empezándolas. ¿Alguna vez has leído cosas que escribiste hace años? Mucha gente lo hace, y más gente debería hacerlo. Yo lo he hecho con este blog. De cabo a rabo. Y me queda esa curiosa sensación de que habiendo cambiado tanto mi vida y yo mismo, en el fondo, en alguna parte y a pesar de todo, sigo siendo la misma persona. Y es un alivio.
Siempre he creído que aunque es cierto que la vida tiene capítulos, todos deben estar escritos en el mismo libro. Pero quizá esto no pueda aplicarse aquí. Pensaba que seguiría escribiendo en este mismo blog... pero creo haber descubierto que este es un círculo que debo cerrar. Aunque esta vez el cruce de caminos sea uno que no está en la tierra ni en las circunstancias, sino que es tan solo dos letreros que yo mismo he colocado. Uno hacia atrás. Otro, señalando nuevos horizontes. Algo inciertos, pero nuevos.
Estas no son letras para despedirme de los pocos lectores que por amistad o por accidente acabaron leyendo mis caóticas historias. De los pocos blogs que he seguido, los más importantes quedaron... inconclusos. Lo que hace que de vez en cuando vuelva a visitarlos. Por si traen una nueva historia, algún signo de vida. Hasta ahora, nada. Creo que a esta Calle del Telégrafo le debo un cierre, unas palabras de despedida. Y una última canción: la que le dio origen.
A mi, si por alguna extraña razón quisierais seguir leyéndome, me encontraréis en nuevas costas. Con otras historias. Otros proyectos. Otros sueños. A quien lleguen estas letras, que nunca tuvieron más sentido que el tratar de explicarme a mi mismo: gracias.