miércoles, 7 de octubre de 2020

Viento del Este

 ¿Cómo puede uno estar seguro de que la realidad que habita en su cabeza, la que cree palpar con la punta de sus dedos, no está equivocada? 

Supongo que es razonable que la brújula de cada uno nos haga escorar el rumbo unos cuantos grados a babor o a estribor, aquí y allá. Pero, ¿qué pasa cuando todo hace parecer que el rumbo está completamente perdido, que flotas a la deriva en un océano que ya no estar seguro de conocer?

Creo en la utilidad de vivir siempre con un cierto espacio para la duda metódica. Ponerse en duda, hacerse preguntas. Es sano dudar, mirar la brújula, preguntarte incluso si no estará desmagnetizada. Al fin y al cabo, si nuestra brújula está estropeada, ¿no nos convendría saberlo?

No vengo con estas palabras con ninguna respuesta, más bien con demasiadas preguntas. Tantas y tan inciertas que me abruman y me hacen cerrar los ojos y apretar los dientes fuerte.

Siento que la brújula ha fallado, que las cartas estaban equivocadas, que la tripulación se amotina y que el barco se hunde sin remedio. 

Pero no. No nos hundimos. Flotamos. Siento el viento del Este en la cara. El viento que trae las cosas inciertas que en el fondo ya conocemos. Quizá tal vez porque nos trae las cosas que están dentro de nosotros y que vuelven una y otra vez hasta que aprendemos la lección. 

Hoy no estoy seguro de todo lo que pasa por mi cabeza. No se en qué parte del rumbo me equivoqué, si mi realidad interna está completamente desajustada, si soy quién creo que soy, si soy cómo creo que soy o si es solo una figura que mi ego y mi psique han levantado para mayor autocomplacencia y menor conocimiento de lo que llamamos objetividad.

Pero cuando escucho el viento del Este hay algo aquí en el pecho que se despierta y se agita calmado. Una sensación cálida, familiar, que me hace sentir que hay cosas buenas aquí adentro. Y que quizá esas cosas buenas pueden sustituir a mi vieja y cascada brújula de los últimos tiempos.

                                           




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