Supongo que todos pensamos que nuestra madre es la mejor del mundo. Es natural. Pero a veces me pregunto si nuestras madres piensan también, de verdad, que sus hijos somos los mejores del mundo.
En el caso de la mía, la protagonista de estas letras, se me antoja difícil: primero porque sus hijos somos muchos y por razones de aritmética básica es imposible que seamos todos los mejores. Segundo porque yo, que me gradué casualmente en el mismo segundo que ella en esto de ser madre e hijo, soy tan consciente de mis limitaciones como hijo que cualquier exclamación del tipo "eres el mejor del mundo" siempre se me hará extraña y por qué no decirlo, alejada de la realidad.
Pero con mi madre, Matilde Rosario por obra y gracia de un abuelito con más cara que espalda, la cosa no funciona así. Hace un tiempo que vengo rumiando cómo creo que funciona esto del amor materno filial para ella, co-fundadora de una familia numerosa de seis hijos, un perro y un gato. Y os adelanto que la aritmética, la razón o la lógica no tienen nada que decir en estos esquemas.
El otro día, en un divertido ataque de mamitis, discutía de broma con mi hermana María, la pequeña del clan, diciéndole que "a mi mamá me ha querido casi doce años más que a ti", porque esa es precisamente la edad que nos separa. Ella, sin amilanarse, contraargumentaba sosteniendo que "fíjate lo que me ha tenido que querer a mí para que con doce años menos de tiempo me quiera más a mí que a ti". Durísimas declaraciones. Tocado y hundido.
Mi madre, que escuchaba este duelo casi tierno, reía bajito. Creo que porque es madre y tiene un software que a nosotros no nos entra en el disco duro: sólo ella sabe cómo funciona eso de tener seis hijos, cada uno más raro y único que el siguiente y poder quererlos a cada uno el que más. A todos. A la vez. ¿Cómo se come eso?
Es una capacidad ciertamente sobrehumana, casi mágica, pero es cierta como la esfericidad de la Tierra: mamá nos quiere como mejor lo necesitamos cada uno, conociendo cómo somos, consciente de nuestras limitaciones y nuestras teclitas. Mamá nos quiere sin medida, sin que el peso de nuestros despistes, enfados, carencias o decepciones pueda hacer mella en su forma de querernos.
Ella es exigente pero paciente, sabe ser dulce y comprensiva cuando más lo necesitamos. En su colegio tiene fama de ser una dura Jefa de Estudios, pero siempre se ablanda con nosotros. Nos consuela en las derrotas y nos anima en las victorias. Da igual que nosotros podamos decepcionar muchas veces, ella nunca nos da por perdidos. A ninguno. Y somos seis. Y los que leéis estás líneas no sabéis lo cabezotas que podemos a llegar a ser. Pero ella, que espero que también esté leyendo, sí que lo sabe. Y no le pesa.
Ella me dio la vida al cincuenta por ciento y me trajo al mundo con un amor que no entiende de porcentajes. Ella me puso en la vida muchas cosas que hoy en día considero que forman parte de mi personalidad y forma de ser: el ajedrez; la música que el mundo hoy considera moñas, las zarzuelas que por algún motivo aún puedo tararear con letra y todo; Mafalda, el amor por el mar, las pelis Disney, los disfraces e infinidad de libros; miles de historias de su vida que nosotros no hemos podido vivir pero que me conozco como si hubiera estado allí. Pero estas y tantas otras cosas son solo la parte que resulta una anécdota graciosa y tierna.
Mamá me sigue regalando todo lo que es ella, todas sus ternuras y sus asperezas, toda su ayuda y su consejo, todos sus abrazos silenciosos. Con lo fácil que sería darse por vencido con mis rarezas y mis defectos. Con la facilidad con la que se me escapa la fe en todo algunos días, mamá nunca pierde la fe en mi. Ni en mí ni en ninguno de los que van detrás. Magia.
Hoy mamá cumple sesenta años que no le pegan en absoluto. Parecen más bien cincuenta y algo. No es que el que sea una mujer guapa y elegante sea importante para todo esto, pero oiga, si lo es hay que decirlo.
Y a mí solo se me ocurre regalarle las dos cosas mejores que creo que tengo en mi haber: todo mi amor y estas palabras escritas por algunos años en internet, a la vista de todos, y en mi memoria hasta el día que me muera.
Te quiero, mamá.
martes, 6 de octubre de 2020
Nos graduamos el mismo día
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1 comentario:
Grande Juanma...sigues emocionándome. Las historias me las sé...porque las he vivido o porque me las han contado, pero como tú las vives y nos las cuentas parecen historias escritas para desear que sean de uno mismo, de vivirlas y sentirlas con el amor y la clarividencia con que las cuentas.
A veces, no puedo....pero me resulta imposible abandonar esta gran, maravillosa y única vida que nos habéis hecho vivir.
Gracias por contarlo y por el orgullo con el que lo haces a pesar de todo.
Te quiero. Papá.
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