domingo, 12 de julio de 2009

Feed the birds

Al llegar se dio cuenta de que aquel sitio ya no era como él lo habia imaginado. Era imposible. La plaza parecía mucho más pequeña en la realidad que en su imaginación, y no era silenciosa, sino que bullia: la gente parloteaba mientras caminaba atropelladamente, los coches y taxis rugian a pocos metros. También la catedral parecía mucho más pequeña, aunque no menos hermosa.

Habia soñado con aquel lugar desde que era un niño. Desde entonces habia querido ir hasta aquella gran escalinata, y descubrir alli a aquella anciana, casi susurrando:

“Dos peniques para la comida de las palomas…”

Cerró los ojos, tratando de recordar. Casi podia escuchar aquella canción, que siendo un niño le habia arrancado esas primeras lágrimas que uno derrama sin saber porque. Y de pronto el recuerdo revivió tanto en su ser, que sintió como se le hacia un nudo en la garganta, y como los ojos empezaban a inundarsele. Sacudió la cabeza con fuerza, y ahuyentó el llanto.

“Dos peniques para la comida de las palomas…”

Se llevó la mano al bolsillo, y alli estaban sus dos peniques. Pero en la plaza no estaba la anciana, ni el niño que él fue una vez. Ni siquiera quedaban apenas palomas.
Asi que guardó sus dos peniques y se alejó de alli, apretando los dientes, pero todavia recordando la canción de su infancia.

2 comentarios:

Mati dijo...

Yo no escribo tan bien como tú, pero también se me han saltado las lagrimas al recordar las veces que he visto con vosotros esas escenas...¡qué descanso en todos los sentidos me proporcionaban! y cómo disfrutaba!!!Creo que aunque llevemos una temporada larga que parece que no nos conocemos siempre quedan tantos buenos momentos....

Gloria dijo...

Todos aquellos que se han visto sorprendidos por una infancia feliz conocen el camino de vuelta. Guardan celosamente recuerdos de aquel tiempo en el que la vida parecía sencilla, humana y casi noble. Asociamos lugares, nombres, canciones inevitablemente con juegos y magia. Mirar atrás a veces asusta, la memoria traiciona y los recuerdos se hacen borrosos. Pero no podemos evitarlo, crecemos. Y aunque siempre es necesario volver a esa infancia en la que alguna vez todos hemos sido felices, aquí no sirve la rabia. Y es la propia infancia la que nos deja volver si el recuerdo nos hace felices. Y sé que lo has sido, así que sabrás quedarte con lo mejor del recuerdo para poder regresar. Crecer no lleva aparejado el olvido.

Y me apuesto dos peniques a que te he medio convencido.