No se trata únicamente de que toda esta crisis sanitaria y económica de los últimos meses me haya respetado mi salud y la de los míos, o de que aún pueda hacer lo que me apasiona para ganarme la vida. No, todo esto viene de mucho antes.
Porque nací en el seno de una familia que me quería, en un rincón del mundo sin guerras ni hambrunas y en unos tiempos con unos niveles de bienestar y salud sin parangón en la historia de la humanidad. Durante mi infancia no solo no estuve solo, sino que cada vez estuve más y mejor acompañado: cinco hermanos a los que he visto crecer y convertirse en adultos sanos y felices.
Mis padres siempre han estado a mi lado, siempre me han apoyado y ayudado sin importar cuál fuera la locura que se me metiese entre ceja y ceja en cada momento de mi vida. Tuve el privilegio de poder equivocarme, mil veces mil veces, y su apoyo y su amor por mi creció de forma inversamente proporcional.
Pude disfrutar de mis abuelos muchos años y no he sufrido más pérdidas que las obliga el curso natural de la vida. Un ejercito de tios y primos ha estado tan cerca como la mayoría de personas tiene solo a sus parientes más cercanos.
Pude ir a un colegio y estudiar, siempre tuve libros a mi alrededor y tuve la suerte de ser feliz leyéndolos. Pude hacer deporte, correr, saltar, reír. Hice amigos en mis primeros años de vida que hoy todavía mantengo a mi lado. Aún puedo sentir que el tiempo con ellos vuela. Aún podemos vernos y reirnos de cuánto hemos cambiado y lo poco que cambian algunas cosas.
Pude disfrutar de mis abuelos muchos años y no he sufrido más pérdidas que las obliga el curso natural de la vida. Un ejercito de tios y primos ha estado tan cerca como la mayoría de personas tiene solo a sus parientes más cercanos.
Pude ir a un colegio y estudiar, siempre tuve libros a mi alrededor y tuve la suerte de ser feliz leyéndolos. Pude hacer deporte, correr, saltar, reír. Hice amigos en mis primeros años de vida que hoy todavía mantengo a mi lado. Aún puedo sentir que el tiempo con ellos vuela. Aún podemos vernos y reirnos de cuánto hemos cambiado y lo poco que cambian algunas cosas.
Siempre he tenido buena salud, nunca me ha pasado nada grave y mis experiencias en hospitales o médicos siempre han podido convertirse en esa anécdota graciosa que alguien cuenta una y otra vez cada Navidad.
He amado y me han amado. Por mi vida ha pasado gente maravillosa, he compartido un trecho del camino con personas que me han cambiado para siempre, y siempre para mejor. Y aunque los caminos se hayan separado, su tiempo y su compañía me han regalado momentos inolvidables y lecciones sobre la vida y sobre mí mismo que no podría haber conocido yo solo.
¿Y qué hay de este año? El trabajo se volatiliza, el dinero escasea, todo es incierto. El mundo parece hacerse más oscuro y parece a veces que los mejores tiempos que veremos son los que hemos dejado atrás. Mi ciudad y mi gente de siempre están lejos; la realidad se ha encargado de tirar por tierra muchos de los pájaros que gorjeaban felices en mis ilusiones más íntimas y queridas; el invierno se acerca y Madrid es más frío que nunca.
Y sin embargo Madrid cuenta también con gente que se empeña en estar ahí para mí. Gente que escucha y que me permite escucharles. Y si necesité llorar pude hacerlo acompañado, y si preferí hacerlo solo fue porque pude decidir; siempre pude hacerlo con el estómago lleno y tuve la posibilidad de que las lágrimas se mezclasen con el agua caliente de una buena ambientada por la música que me inspira. Las noches me las arropan una cama y un edredón y me las resguardan un techo y una puerta.
¿Y sabéis qué es lo mejor? No tengo que conformarme con todo esto: la vida aún me deja pedir más de lo que necesito de ella.
He amado y me han amado. Por mi vida ha pasado gente maravillosa, he compartido un trecho del camino con personas que me han cambiado para siempre, y siempre para mejor. Y aunque los caminos se hayan separado, su tiempo y su compañía me han regalado momentos inolvidables y lecciones sobre la vida y sobre mí mismo que no podría haber conocido yo solo.
¿Y qué hay de este año? El trabajo se volatiliza, el dinero escasea, todo es incierto. El mundo parece hacerse más oscuro y parece a veces que los mejores tiempos que veremos son los que hemos dejado atrás. Mi ciudad y mi gente de siempre están lejos; la realidad se ha encargado de tirar por tierra muchos de los pájaros que gorjeaban felices en mis ilusiones más íntimas y queridas; el invierno se acerca y Madrid es más frío que nunca.
Y sin embargo Madrid cuenta también con gente que se empeña en estar ahí para mí. Gente que escucha y que me permite escucharles. Y si necesité llorar pude hacerlo acompañado, y si preferí hacerlo solo fue porque pude decidir; siempre pude hacerlo con el estómago lleno y tuve la posibilidad de que las lágrimas se mezclasen con el agua caliente de una buena ambientada por la música que me inspira. Las noches me las arropan una cama y un edredón y me las resguardan un techo y una puerta.
¿Y sabéis qué es lo mejor? No tengo que conformarme con todo esto: la vida aún me deja pedir más de lo que necesito de ella.
A veces solía fantasear con que gano la lotería. ¿Y sabéis? Hace un tiempo que he dejado de hacerlo. Veréis, la probabilidad de que te toque la Primitiva es muy remota: apenas una entre casi ciento cuarenta millones de posibilidades. Entonces, ¿cuál es la probabilidad de poder vivir treinta y dos años como los que yo he vivido? Me da igual lo cursi o manido que suene, lo cierto es que en días como hoy no puedo evitar sentir que a mi me toca la lotería todos los días.
1 comentario:
Muy acertado razonamiento. Te felicito por la claridad y la sinceridad. Eres de las pocas personas que conozco con un exacto sentido común. Cuíadate mucho. UN ABRAZO FUERTE.
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